jueves, 3 de mayo de 2018

EL CAZADOR



El cazador
                                                                                                                 «El océano es más antiguo que las montañas
                                                                                                         y está cargado con los recuerdos y los sueños del tiempo».
                                                                                                                                         H.P.L

Mi nombre es Theodor, soy originario de Tejn,  en BornHolm, una isla estratégicamente situada en el Báltico entre la costa sur de Suecia y Polonia, muy admirada por los turistas que la visitan en verano para disfrutar el excelso paisaje y el agradable clima.  Nací en un pequeño pueblo que vive de la pesca y la fabricación de cerámicas, y que es famoso por haber sido hogar de los burgundios y por encontrarse en el  las ruinas del Hammershus.
Siendo  muy joven salí de allí, y a partir de entonces he sido un viajero que encontró en el agua su propia patria, pues, las embarcaciones y el mar han sido mi hogar por  veinticinco años.

Hasta hace unas horas, antes de que ustedes me encontraran naufragando a merced de la mar tormentosa, desahuciado y  confundido, me ocupaba como segundo oficial en la tripulación del pesquero Lubeck, un barco de tamaño mediano que navegaba por las aguas del mar del norte, a cargo del legendario capitán Sorensen, quien dirigía a 25  hombres.
Le temporada de pesca no había  sido del todo buena, por lo que nuestra estancia en mar abierto se prolongó otros  treinta días, estos, finalizarían exactamente la semana que viene. El crudo tiempo  torna las aguas pesadas, y el viento sopla tan fuerte, que es terriblemente osado lanzar las nasas  al mar que se agita como  un gran coloso encadenado. Hace quince días perdimos 9 hombres, y la tripulación estaba casi desabastecida.

La  tarde-noche del viernes que pasó, nos encontrábamos recogiendo los canastos y las  redes a muy altas horas de la noche, las masas de agua se batían con fortaleza a consecuencia de una feroz tormenta que no quería darnos tregua. En la insondable negrura de un firmamento estrepitoso, parpadeaban los fulgores imponentes de los rayos que rugían en ecos a través de la inmensidad, el barco se mecía bruscamente, y la tarea de vaciar los raudales  de arenque sobre las canastillas de acero se hacía muy compleja. El capitán desenfundó su pistola y disparó al cielo, maldiciendo la tormenta, y a los monstruos que formaban las olas que  atacaban su nave, la voz del contramaestre nos forzaba a no perder la fuerza, tirábamos las cadenas a merced de la cólera marina, vaciando en la cubierta los peces y todo lo que el agua traía consigo, mientras un cuarteto de hombres echaba en la bodega los animales que saltaban sobre las láminas de abeto.

Fue cuando el señor Collins, un americano perteneciente a la tripulación  y que llevaba un garfio como mano, me llamó con afán:

— ¡oficial! ¡Oficial! Venga, de prisa.

— ¿Qué sucede señor Collins?

—hay algo, ahí— señaló—en una de las redes que acabo de sacar del agua…algo muy… raro… ¡una criatura! —fue lo que informó el hombre mientras trataba de dar fuego a un cigarro inútilmente.

— ¿Una criatura?... ¿de qué habla Collins, Smeltzer y el cocinero la han visto también?—inquirí.

—Sí, señor, ellos sacaron la red conmigo, fue una de las mallas con más arenques, y cangrejos, además de la criatura, señor.

— ¿Una criatura?... ¿acaso un Pulpo, acaso un pez extraño? Hay que informar al capitán, de inmediato, o al menos al contramaestre— sugerí tratando de quitar las pesadas gotas de mi rostro.       

— ¡No oficial, por favor!, el capitán Sorensen ordenará que la destripemos, a él no le interesan esta clase de cosas, le conozco como a la palma de mi mano, y sabe usted lo supersticioso que es. Sé de alguien en tierra que daría unas buenas monedas por algo así, venga, obsérvela y me dará la razón.

El hombre me llevó hacia la parte trasera de la cubierta, donde estaban Smeltzer y el cocinero, echando la captura dentro de las canastillas. Se acercó  a ellos y en tono muy bajo les preguntó:

—Ey, muchachos, nuestro secreto, ¿Dónde está nuestro secreto?

—Allí, junto a las canastillas, bajo las escarcelas— respondió uno de ellos.

El Señor Collins levantó el plástico que protegía una figura mal oliente y prosiguió:

— ¿Había visto Ud. algo así, oficial? En los años que llevo navegando los  mares vi algo tan horrendo como extraño.

— ¿Pero… qué demonios es esto? — desconcertado pregunté, poniéndome en cuclillas para examinar la criatura.

Los hombres de mar pocas veces tiemblan, pocas veces se estremecen, pero al ver aquello, mi cuerpo se sacudió, y debo confesar, que tuve miedo, miedo a lo que había  frente a mis ojos.

El cocinero se persignó y sugirió arrojarla de nuevo al mar, pero el señor Collins se opuso rotundamente, alegando no querer perder  la oportunidad de ganar una buena recompensa por ella.

—Pero  señor Collins, ¿acaso no se da cuenta que es un demonio?—alegó el cocinero ahora con cierto enfado— ésta aberración no fue creada por Dios, el mal  vive en su figura, deje su terquedad buen hombre, y llevémosla de vuelta al mar, si no, por lo menos déjeme trozarla con mis cuchillos.

Mi sentido común indicaba que lo más razonable era informar al capitán la aparición de la misteriosa criatura en una de las redes, así, que desobedeciendo las sugerencias del señor Collins, y muy a pesar suyo, hice que el Capitán Sorensen  bajara a donde estábamos.

**

En cuestión de minutos toda la tripulación se abultaba en torno de la criatura, el capitán daba vueltas pipa en mano y ceño fruncido, observándole detalladamente.

— ¡He aquí un engendró de la Tormenta!—interrumpió—solo una vez en mi existencia vi algo similar. Un molusco… deforme cual esperpento, ¡enorme!,  de unos tres metros,  en el atlántico, hace ya eones, parece ser. Conservo su corazón como trofeo… embistió el pequeño barco en que navegábamos, fue una cruda batalla, milagrosamente ganamos ese día, pero esto, ¡esto  es espantoso!

Solo el viento golpeando en las velas interrumpió el relato del capitán en cubierta, lo que vino después, fue silencio, un íntimo silencio.

¿Cómo era aquello?  La morfología de su cabeza era casi humana, con dos pequeños orificios a la altura de las sienes, envueltos en  un líquido viscoso, una cresta diminuta y muy áspera se cruzaba  en la mitad del cráneo, los ojos no eran más que  unas pompas blancuzcas  y desorbitadas que parecían sobresalir de entre las cuencas, y los labios, una maraña de largos y delgados tentáculos verdosos y putrefactos que parecían tener vida propia. Encogido en sus propios brazos— unos pesados, largos y nervudos  tentáculos— parecía estar agazapado, encogido, contraído…como si en su interior escondiese un valioso tesoro… ¿Vivía?... ¿estaba muerto?... En sus ojos se dibujaba la muerte misma, pero habían débiles muestras de movimiento en los palpos de la boca, por lo demás, absoluta rigidez en sus formas. Ya les he dicho que estaba aterrado, en la tripulación pocos se mostraron recios ante el irregular encuentro, y al fin, mientras del cielo pesadas gotas empezaban a caer, uno de los hombres preguntó al capitán:

— ¿Qué piensa hacer con ése monstruo, señor?

 A lo que éste respondió:

— ¡Llévenlo a la bodega!, saquen su corazón y deposítenlo en una bombona, lo voy a conservar como botín, hará juego en mi vitrina. Ah, y traten de no arruinar el resto del animal, en tierra firme lo mostraremos como corona.

Casi de inmediato el señor Collins y dos de los suyos se dispusieron a mover la criatura, y el capitán, con voz de mando, ordenó volver a labores.

                                                                                  ***

Una feroz tormenta se desató en altamar, el señor Collins ya estaba dentro de la bodega afilando su daga, mientras sus dos hombres apilaban la pesca. En cubierta, nosotros nos las veíamos para mantener el curso,  los tripulantes iban y venían a traspiés haciendo caso a los gritos del capitán, pues  uno  de los botes auxiliares se había zafado de las sogas, y era necesario no perderlo, pues días antes, dos habían caído a las aguas sin que pudiésemos hacer nada.

El barco se mecía bruscamente al va y ven de las olas, el cielo escupía con furia sus envenenadas gotas, y haciendo conjunto con un feroz trueno que estalló en el horizonte, unos desgarradores alaridos nos sorprendieron desde la bodega.

Asustados, soltamos los lazos, dejando el robusto bote colgando de una sola cuerda. El capitán bajó a cubierta a paso acelerado, casi trastabillando y preparando su arma para el ataque. Los que estábamos en cubierta nos quedamos inmóviles y horrorizados, solo el capitán se acercó a la entrada de la bodega, donde parecía que se estuviera librando una terrible matanza.

Era difícil mantenerse en pie, yo me deslicé hacia babor sosteniéndome de las cuerdas, intentando aproximarme a la bodega, y de pronto,  un brazo ensangrentado cayó a los pies del capitán Sorensen. Sin duda era uno de los brazos del señor Collins, que aun agarraba macabramente la daga del diamante incrustado.

Los movimientos cesaron dentro del almacén, durante unos eternos minutos estuvimos a la espera de  las órdenes del capitán que permanecía exánime observando el siniestro. Recogió la teñida  extremidad, quitó la daga de la rígida mano y la lanzó a la nada, a la vez que nos  ordenó entrar a la bodega para descubrir lo que había ocurrido.

Uno de los hombres se negó a seguir las órdenes, asegurando que prefería caminar por la borda antes que entrar allí, desafiando la ira del capitán, que sin pensarlo dos veces, le disparó en el pecho.

Todo era confusión en  cubierta, el cielo rechinaba, y la tétrica tranquilidad que ahora invadía la bodega, solo era pasmada por los desapacibles movimientos de los rompientes. Finalmente, dos hombres fueron obligados a entrar; al ver que llegaban al fondo de la bodega sin percances, los demás les seguimos el paso, adentrándonos en la estancia.

Parecía un mercado saqueado el lugar, todo era caos y desconcierto. Los  peces estaban desparramados por cada rincón, pero además de ello, las partes desmembradas del señor Collins decoraban lúgubremente la mal iluminada bodega. La cabeza del pobre hombre había sido perforada por su propio garfio, y al recorrer más los alrededores, vimos reducidos a pedazos los cuerpos de los otros dos tripulantes.

Para sorpresa nuestra, la criatura no estaba allí. El  barco se batía endiabladamente, el cielo seguía acusando con su violencia,  pero no había rastro de ella.  Revisamos minuciosamente toda la bodega, pero en vano fue nuestro esfuerzo ¿A dónde  había ido?


Un horror colectivo se apoderó de la tripulación, que no sabía cómo afrontar una situación de tal calibre. Muchos fueron a esconderse en sus camarotes, algunos a la cocina, o a los barriles que estaban amontonados en proa, yo por mi parte me quedé dentro de la bodega con el capitán, quien  permanecía estupefacto frente a las ruinas de su despensa, aun con el arma cargada en mano.

****

Dimos cortos  pasos, ojeando en cada rincón, ansiosos, el capitán adelante, y yo unos metros atrás. La calma regresó a las aguas, la nave estabilizó su curso, y a las órdenes del capitán, toda la tripulación se reunió en el cuarto de máquinas.

El discurso fue corto y conciso, el capitán creía que la horrenda criatura había abandonado el barco después de acabar con la vida de los tres infortunados, y que sabiendo que le esperábamos para darle muerte, no regresaría a cubierta, así que, convencidos, todos volvimos a labores, eso sí, con el miedo latente e intacto por lo que había acaecido.

Serían las 3 de la mañana cuando unos disparos, precedidos de un angustioso alarido, me despertaron. Nadie salió de su camarote, solamente había dos hombres de guardia en cubierta, quienes casi a media voz me informaron que las descargas venían del cuarto del capitán.

Me apresuré a subir, y al abrir la puerta encontré al capitán moribundo y nadando en un charco de sangre. Sus dos piernas habían sido mutiladas y aun en su mano derecha sostenía con firmeza la pistola.

— ¡Dadme un poco de wiski antes de morir! —gritó al verme parado bajo el marco.

No pregunté que había sucedido, pues imaginé que todo tenía que ver con la criatura que suponíamos lejos de nuestro barco, perdida entre las aguas.

— ¡Le he vencido, le he vencido! ¡Allá, junto a la litera, le he logrado disparar… si llego a morir, di que ese hijo del diablo no pudo con este viejo zorro de mar!

Y prosiguió:

—Siempre pensé que lucifer vivía en el infierno y no en la profundidad de los océanos, es el mismísimo demonio… con tentáculos, ¡y yo le he vencido, yo le he vencido…!

Muy asustado me dirigí a la cama del capitán mientras este seguía gritando lo que parecía ser su mayor hazaña, y tal como aseguró, allí estaba aquel adefesio, empapado en su propia viscosidad, impactado por tres balas.

— ¡No está muerto! — grité al ver como sus tentáculos se liberaban y arrojaban al entablado una especie de demonio humano.

*****

Mi corazón se quiso salir del cuerpo, los nervios se me pusieron de punta, mis incrédulos ojos veían  una figura de características humanas, cuyo rostro solo se componía por una alargada boca. No tenía sexo, y a la altura de la caja torácica, había un enorme ojo, un ojo negro e intimidante, que parpadeaba, que brillaba lúgubremente.

Se puso de píe lentamente y con bastante dificultad, ahí me di cuenta que sus brazos eran mucho más largos que las extremidades inferiores, y que sus manos estaban formadas por decenas de pequeños y afilados  tentáculos.

Me alejé de prisa, queriendo arrastrar al capitán conmigo. Cuando regresé la mirada, el demonio aquel, trepaba las paredes y se disponía a arrojarse contra nosotros, fue cuando el ensangrentado viejo detonó un cartucho más, el barco se balanceó con tanta fuerza que salí disparado fuera de la habitación, logré levantarme, y corrí hacía los camarotes, mientras a mis espaldas una voz cavernosa e infernal anunciaba:

“Yo soy el cazador”

A pesar de mis suplicas, los hombres que estaban encerrados se negaron a dejarme entrar, así que tuve que ocultarme en la bodega, valiéndome de un gran esfuerzo bajo un montón de arenques. La angustia me estaba devorando el alma, permanecí inmóvil con la mirada fija hacia la entrada del recinto, que me permitía enterarme de lo que ocurría en cubierta, a pesar de la oscuridad que nos abrigaba esa noche.

 Nada sucedía, el barco iba y venía calamitosamente, casi al punto de volcarse  por completo. Desde mi escondite, iluminado por los resplandores eléctricos, pude ver un cuerpo que se arrastraba y gritaba pidiendo auxilio, trapeando con la sangre de sus heridas los entarimados, y tras de él, el cazador, a paso muy corto, que le alcanzó y sin ningún afán  se dio a la tarea de devorarlo con sus aserrados dientes. Ese fue el final del capitán Sorensen.

Y vino de nuevo el silencio, habría pasado una hora desde que yo estaba en la bodega, mis huesos trepidaban, era consciente de que debía escapar, así que me fui deslizando con sigilo hasta llegar a la entrada.

Tuve que esperar otros eternos minutos, unos terribles golpes curtían las puertas de los camarotes, los chillidos y los alaridos de los tripulantes eran espeluznantes. Sonaron varios disparos, algunos hombres se arrojaron al agua, los pobres miserables estaban dando la pelea, y aunque parezca mezquino, vi en tal alboroto mi oportunidad de escapar y salir con vida.

Pedí en mis oraciones que el bote aun estuviera sujeto a la cuerda, esa era mi única alternativa, corrí con tanta prisa que en un segundo estaba soltando la soga que para mí fortuna aún sostenía el aparejo, me arrojé al agua y con todas mis fuerzas comencé a remar sin rumbo.

Cuando estaba ya a unos metros del Lubeck, escuché los últimos baladros de espanto suplicando clemencia, y segundos después, vi al cazador trepar por la cubierta, deteniéndose para  mirarme  fijamente con su enorme ojo.

Estuve remando toda la mañana, hasta que perdí el conocimiento, y ahora gracias a vuestra bondad y a que vuestro barco me ha rescatado del infinito azul, estoy a salvo.

La tormenta no nos dará tregua, hay que reponer fuerzas para lograr anclar en tierra. Agradezco la generosa ración de comida que me habéis brindado, ahora quisiera beber un trago y luego irme a descan…

¿Oyeron eso? …¿Qué es tanto alboroto?... ¿De dónde provienen esos gritos?, me asomaré…vienen de la cubierta trasera… ¿acaso?...

 ¡Santo cielo es él…el cazador…ha regresado! ¡Que el mar se apiade de mi pobre alma!