domingo, 10 de junio de 2012

Preludio Op. 7 N° 13 en Em


preludio para Piano N° 13
Interpreta Diego Alfonso Gonzalez
Diego Quintana Florez.

viernes, 8 de junio de 2012

La Carta







Campiña de Orbes 4 de diciembre de 1932
Muy apreciado  Christopher,


Espero que te encuentres bien, pues es necesario que  para cuando leas estas líneas, tu estado anímico sea el mejor; he recibido todas tus cartas y me da alegría el saber que has enriquecido tu conocimiento en cada uno de los viajes en los que te has embarcado; sin embargo, en estas humildes lineas  quiero contarte la tragedia que me ha representado la confusión estos últimos tiempos.
Ya te habrán contado nuestros padres que he padecido de un trastorno mental, el cual todos han querido ver como el comienzo del quebranto de mi sensatez.
¿Acaso tú, tú que has pasado gran parte de la  vida estudiando el comportamiento de las personas, podrías juzgar como desquiciado a un hombre al que le apasionan las letras, y que por designios del destino no ha podido encontrar el éxito ni triunfar de una manera que le agrade a todos?
Yo puedo asegurarte que mi mente ha caminado sobria por cada una de las líneas que he trazado, pero todos estos juicios malsanos a los que se me ha sometido, a veces me hacen pensar que en verdad estoy perdiendo la cordura.
Ojala no estuvieras tan lejos, y pudieras aconsejarme aunque seas mi hermano menor; siento que todo está mal, realmente mal; he perdido el auxilio que me brindaba el seno de la familia, y me he refugiado tanto en el alcohol, que prefiero estar absorbido por las copas para aliviar toda esta tortura, que en mis cinco sentidos, o en los que sea que me queden.
Aunque siempre he sido un hombre razonable, y que creé solo en lo que puede ver, debo confesar que el trastorno que ahora padezco se debe en gran parte a una serie de incidentes que contradicen las leyes naturales, eventos, que me han tomado como su principal víctima.
Al principio creí que todo se debía a cuadros ilusorios que se producían en mi cerebro de escritor, pero luego, cuando supe que todo era tan real como esta carta, empecé a sentir  temor; era algo con lo que ya no podía vivir, y a pesar del arrojo que promovía mi espíritu para tirar todo al baúl de lo olvidado, me fui despedazando poco a poco, hasta el punto de creer que la muerte quería invitarme al baile, de pensar que todos tenían razón, que en verdad estaba tocado. 
El constante desvelo me fue convirtiendo en un esqueleto con ropas, no había un solo minuto de tranquilidad, y ni siquiera bajo el amparo del día encontraba el descanso. Busqué la ayuda de nuestra familia, pero todo lo que les contaba era tomado como un mal chiste, me recomendaban hacer otra cosa que no fuera escribir, hacer algo de lo que en estos tiempos llaman “vida social”; otras veces opinaban que era efecto de mi  dependencia al alcohol, que no debía buscar excusas para seguir siendo un borrachín; así pues era como reaccionaban, otras veces me dejaban hablando solo, y hasta se caían a risotadas haciendo de mi desdicha un jolgorio.
¡Y las cosas  me atormentan!, no quisiera dar muchos detalles al respecto, pues temo que también tú me tomes como a un payaso, por eso trataré de resumir cada episodio, esperando que confíes en mi palabra.
 Una mañana, encontré bajo la almohada un puñado de tierra negra y seca; no presté mayor atención al respecto, hasta que la mañana siguiente  y la siguiente, se repitió la historia, mas ahora, habían gusanos allí, mil y mil larvas que se movían como cuerpos expuestos a la desnudes más vergonzosa; era impresionante la manera en que caían a mis zapatos, verlas envueltas en un sudor viscoso y nadando entre mis sabanas; debe sorprenderte lo que te digo, no te imaginas las cosas que llegué a pensar; le conté a mi madre tratando de buscar una respuesta lógica, pero por el contrario me hizo sentir como un enfermo mental, asegurando que yo había puesto la tierra en la cama.
Aunque sentí la ofensa temblando en mis mejillas y di la espalda en medio del infortunio, no volví a hablar del tema, después de ello empecé a tragarme las angustias solo, eso fue lo que me enfermó, a eso atribuyo toda esta debilidad.
Luego de la extraña aparición de tierra bajo la almohada, empecé a ver cosas atemorizantes, ahora mis ojos eran mis más crueles verdugos, he vivido cosas horribles.
 El desespero me hacía sudar, muchas veces llegué a perder el aliento, deseo que jamás llegues a vivir algo así, no hay cuerpo que soporte tal condena, solo con recordarlo, mis manos empiezan a sacudirse.
Una tarde mientras escribía como de costumbre, fui sorprendido por unos golpes en la puerta de mi habitación; me dispuse a abrir, y justo en ese momento los golpes se dejaron oír del otro lado, desde el armario. Mi corazón se empezó a agitar y un frío de otro mundo se apoderó de mi piel; me arrinconé contra la puerta, asustado, parecía un ratón sentenciado  a la trampa más feroz. De repente y de la nada, apareció frente al vetusto  armario, una anciana desnuda, que se empezó a acercar a mí lentamente; mis ojos se brotaron cual si fuesen a explotar, la apocalíptica viejecita extendió sus brazos, dando pasos efímeros, lenta, lentamente, sonriendo de manera macabra, susurrando palabras que parecían de otra dimensión; sufrí un colapso nervioso tan fuerte, que caí desmayado sobre el piso de madera
Desperté en la madrugada, totalmente desconcertado, preguntándome si ese cuadro horrible en verdad me había hecho su protagonista. Los días siguientes, fueron los de mayor angustia, odiaba quedarme encerrado, vivía al borde del delirio, el abismo de la locura quería tragarme para hartarse con mi carne.
 Cada noche, la abominable viejecita aparecía sentada en mi cama, me sonreía coquetamente y me mostraba su lengua haciendo movimientos circulares con ella; sometido a tales circunstancias,  solo podía en medio de la impotencia, halarme el pelo, apretar los dientes  o enterrar las uñas en la húmeda carne; el impacto que me causó aquel espanto fue tan devorador, que decidí cansado de todo, prender fuego a la cama, a las sabanas, a las almohadas; no quería volver a dormir, o más bien pensaba en lo placentero que me resultaría dormir eternamente.
Nada de eso fue suficiente, ni quemar las cosas... ni pasar la noche en vela; como de costumbre todo fue empeorando, las puertas se abrían y se cerraban solas, las bombillas  se prendían y se apagaban como por arte de magia, mi estado anímico era como una enorme escalera con altos y bajos, unas veces me reía, otras veces lloraba, no había nadie con quien desahogarme, y Maldición, Jamás supe como despertar de la confusa pesadilla, jamás supe si todo era real, o si era  un juego del que me habían hecho protagonista para luego darme un  reconfortante premio.
Ya no soportaba la mirada de mis padres, ni la de nadie, pero a veces en medio de la soledad, pensaba en pedirles un abrazo o un consejo, sé que no me hubiesen brindado su afecto, que como siempre se reirían. Pensé en envenenarlos, en ahogarlos mientras dormían, pero por más loco que estuviera, sé que la razón aparecería para recordarme que no soy un asesino, que respeto a mi familia, que a pesar de todo, esto debe ser culpa mía.
Debes estar aburrido, y muy convencido de que soy un fanfarrón, pero esto será lo último que sepas de mí; para cuando termines de leer esta carta mi cuerpo se estará descomponiendo en una fosa.
 En un estado de demencia absoluta, tomé la decisión de apartarme del mundo, intenté vivir en la calle, pero hasta allí llegaban los tormentos. No me preocupaba mi estado físico  siempre estaba prendido a la botella, mis momentos de sobriedad,— si pudiera llamarlos así— esos pequeños minutos en los que reflexionaba y preguntaba al cielo porque yo , entre tantas almas mortales había tenido que padecer tal absurdo, los ocupaba en recordar a mis padres, y el momento en que escribí esta carta es uno de ellos; no quisiera ocupar todo el papel contándote mis penas, y las mil torturas a las que fui sometido por un verdugo anónimo, o por mí mismo o por lo que fuese, más bien, quisiera darte un consejo, porque eres joven, aunque mucho has vivido sigues siendo joven;  todo esto que hizo parte de mi vida es la experiencia que te quiero dejar, de corazón y como despedida , antes de apretar el gatillo.
No te limites a creer solo en lo que puedes ver, aprendí que el demonio está allí, afuera, pendiente de cada paso que damos, resuelto a condenarnos, ansioso por desviar a nuestra alma del camino iluminado; él es poderoso, nos conoce bien, sabe que nos gusta, a donde queremos ir, sus manos son el motor de este mundo,  por eso no me juzgues, ni a mí, ni  a esta “locura” que me ha de llevar a la tumba; tal vez cuando cruce el umbral...
¡ Maldición! ¡ Maldición!... ahí esta... ahí esta.... revolcándose ante mis ojos...la maldita vieja... esta muy cerca, se esta burlando de mi...¡Oh Dios perdóname!...El revolver de papa... Adiós Chris...

martes, 5 de junio de 2012

El Pianista



¡Quince días de vida, es todo lo que me queda!; tal vez la muerte  me encuentre antes, por eso te pedí que vinieras. No tengo como pagarte el que hayas atendido mi petición tan pronto, sé que es un viaje largo y tedioso,  prometo que  luego obtendrás el descanso que mereces.  Eres lo más allegado a mi sangre, mi único amigo se podría decir; jamás me has reprochado algo, y has callado cuando  pedí que lo hicieras. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez  que nos sentamos a tomar una copa,¿ 13 años quizá? he sido un ogro, lo sé, no pienso pedir perdón por eso, ni por los mil desplantes que hice a tu persona, tengo mil escusas que me dan la razón,  solo pido,  que comprendas a este desalentado muro de hielo,  que me escuches, y comprendas, por que tantas veces ignore tus preguntas.
Puedes notar que la enfermedad  me ha devorado cruelmente,  por eso no quiero perder un segundo, ¡mi vida fue un pobre suspiro, soy un viejo, pero creo que “viví”   muy poco.
Quiero pedirte un favor, un último favor; bien sabes que no puedo escribir, y si no te molesta, quiero que me ayudes en la tarea de forjar con papel y tinta,  la historia que no me atreví a contar durante cuarenta años; quiero que tú lo hagas, tengo una deuda con tu lealtad, debes saber la verdad de mi vida, no pienso quitarte demasiado tiempo, lo prometo, complace a este moribundo, a este mísero guiñapo por primera y última vez.
Era yo muy joven entonces, veinte cinco años tal vez, dedique mi juventud al estudio del piano, pase la mitad de mi vida sentado frente a él.  No hubo  jamás de parte mía un afecto igual por alguien o por algo, música era todo lo que veían mis ojos, ¡polonesas y nocturnos, rapsodias y sonatas fantásticas! Conciertos completos, mazurkas y valses, entonces mis manos,  me daban todo el gozo que necesitaba.
Tenía que vivir de algo, esta  endeble salud no me permitió jamás consumar labores plenamente físicas, trabajos pesados,  además, no quería dedicarme a otra cosa, como ya lo dije,  entonces trate de ganarme el pan  con lo que tanto amaba y tan bien sabía hacer.
Fracase, si, fracase casi siempre; era difícil conseguir un buen contrato, yo era mejor que muchos músicos de S...  pero ellos venían  de familias adineradas y de tradición, yo era el hijo de un pobre peón, y aunque reconocían mis dotes artísticas y más de una vez pedían consejo, eran los que se llevaban la mejor tajada, yo me quedaba con las sobras, y muchas veces sin nada.
El tiempo me asalto por más de diez Abriles, y yo seguía aferrado a una obsesión estéril, a un amor que  no llevaba el pan a mi boca,  más de una vez  me vi obligado a recurrir a la limosna, o a trapear en los burdeles el vómito de los borrachuzos, en fin, toda clase de humillaciones viví para ganar un par de monedas, mientras  mi amor por el arte, permanecía intacto.  El fruto de tantos fracasos, se vio convertido en una terrible dependencia por el alcohol,  los pocos centavos que ganaba se quedaban en la tienda de licores, o en los prostíbulos, mi vida era entonces un sorbo amargo, difícil de pasar.
Escribí mil obras que a mi parecer eran perfectas, minuciosamente revisadas,  llevadas a la interpretación más profunda y bañadas de virtuosismo, guardaba una esperanza en cada manuscrito, creía que tal vez, algún día , un golpe suerte  me sorprendería tocando en las puertas de mi casa; Lleve mi música a diferentes salones, expuse mis composiciones ante el mundo, sin resultado positivo, tal vez era obsoleto, o no eran perfectas como yo suponía, nadie  me daba una mano, mas parecía que querían verme  estancado, no argumentaban las blasfemias con que opacaban mis arreglos, yo conocía el piano como nadie, mi trabajo era expresivo, completo, sentía ira a causa de tanta estupidez ,ya  no me cabía en la cabeza la idea de seguir siendo un infeliz, mejor  estar muerto y alejado de tanta mediocridad,  de ese círculo que no veía el feroz talento que brotaba de mis manos; entonces me harte, y una noche me eche a maldecir, maldije al creador y maldije a la buena luna, maldije a la mujer que me trajo al mundo y maldije la hora en que me enamore del arte y sus máscaras.
La furia que sentía, me llevo a invocar el demonio, a ese  ángel caído en  el que jamás había creído, la impotencia a la que me había llevado la frustración, hicieron que de mis labios trastornados salieran palabras indebidas;
“Lucifer, ¡quieres mi alma? Te la doy a cambio de unos días de éxito”
Eso  mismo dije, no te asombres.
“¡Si es que existes ven hasta mí, y dame lo que te pido, ven y échale una mano a este desdichado, a este estúpido borracho, anda cobarde, ven aquí!”
Sin más, desconsolado me fui a la cama, Esa noche  caí en un sueño profundo  pero tortuoso, acompañado de pesadillas, y sudoración  desmesurada, una horrible velada, una función  para el olvido.
Lo que desde ahora empezare a relatar, podría afectar tu espiritualidad, por tratarse de cosas horribles y que parecen sacadas de un espantoso relato paranormal, no espero que me creas, para mí eso no tiene importancia, tómalo como desees, solo te suplico que no pierdas detalle del episodio que abordare. El diablo en verdad existe, respira muy cerca de mis hombros, yo le ofrecí mi alma esa noche, inocentemente, como si se tratara de un simple juego, lo que entonces  ignore, es que sus oídos son tan agudos como la punta de un alfiler.
La mañana que vino después, fue la ventana de mi calvario; empezó la rutina cotidiana de tomar papel y lápiz, de acomodar  cada figura en el pentagrama, idea tras idea, borrón y cuenta nueva, horas largas con pequeñísimos resultados, suspiraba y maldecía, bebía un trago, y volvía a respirar, el automatismo absoluto, un  beso frio contra la nada, constante y frustrante ,pero luego, extrañamente , mis dedos comenzaron a deslizarse por el piano,  dejando oir una cadencia magnifica, dotada de la beldad más amable, largas frases, llenas de gracia y misterio, ¡me deje llevar por ese algo que estremecía mi alma, y continúe tocando, si, tocando como un animal sin razón,  perdido en la dicha, asombrado por tal evento!
Logre escribir todo lo que mis manos “improvisaron” pero aún faltaba, desde mi conocimiento, el final de dicha obra. Decidí  relajarme un par de minutos, bebi una copa y me sente de nuevo frente al piano, pero esta vez, ninguna idea brotaba de mis sienes,  podía recordar las partes anteriores, pero me era imposible llegar al final adecuado a la armonía establecida, sentía que la música no era totalmente mia, alguna idea arcaica influenciaba cada frase, cada compas,  era frustrante tal situación, hize todo esfuerzo mental para dar con el final, y como ya dije me fue imposible dar con siquiera una nota, con siquiera un acorde.
El cansancio empezaba a hacerme trisas, mis parpados pedían una pausa, mis manos ya se habían rendido, empezaba a quedarme dormido, y entonces,  de la nada una voz suave, susurro a mis espaldas “escribe, escribe, el final, escríbelo” ;Un impulso repentino me llevo hasta el piano, y como por arte de magia, los dedos empezaron a correr una carrera que me asombraba, que me asustaba, pero que me satisfacía como nada lo había hecho jamás, Plutarco dijo que disfrutar todos los placeres es insensato, y que evitarlos es insensible,  que podía hacer yo en tal situación , frenar con la espuela, o explorar el mar de la excitación, ¿vivir de los temores, seguir decayendo, nada bueno había detrás de todo aquel misterio, eso lo tenía claro, pero,  nada me importaba más que triunfar, y sabía que con el final de la citada composición en mis manos, el triunfo, la gloria, el respeto que desde hace tanto  merecía llegaría sin tardar demasiado. Por fin mis dedos se detuvieron,  en el Fa sostenido  de la segunda octava; inquieto me aleje, tome el manuscrito principiado, y en seguida me ocupe en terminar de cifrar aquella apacible y atractiva cadencia.
Al ver mi empresa finalizada , y luego  de pellizcarme  en repetidas ocasiones, de dudar sobre mi cordura, y llevar al juicio más radical todos esos impulsos  y deseos,  después de buscar respuestas a tantas cuestiones, que parecían insondables, vanas, fantasmales y fugaces , después de ver  cada figura, cada ligado, adornando el pentagrama, no me quedo más que arrodillarme con el papel entre las manos y respirar profundamente, lentamente, de la manera más delicada, como poniendo mi alma en las manos de céfiro, levanté la cabeza,  cerré los ojos,  y medite sobre tantas cosas, que podría decirte que vi resumida mi vida en un segundo, en un solo capitulo, en  esa obra, en cada línea escrita.
Todo después era silencio, mudez,  el piano, el manuscrito y yo, nosotros y la habitación, no había espacio ya para una botella, ni para el descarado humo de un cigarro medioconsumido, interpreté  la obra de mi esperanza consecutivamente, una y otra vez,  y me enamoraba más, y mis oídos eran arrullados por la majestuosidad de aquella hermosa creación. Mientras me envolvía lentamente el halo pasmoso de la somnolencia, una atmosfera densa y oscura empezó a ocupar la habitación; de ella se apodero un frío indescriptible, húmedo, fastidioso; yo estaba entre dormido y despierto, y de pronto ante mi asombro, aquella voz que un par de veces me había sorprendido,  se mostró ante mi como un retumbo macabro que se estrellaba contra las paredes y los muebles.
“Lari…Lara…lari…Lara”
Volteé buscando el desgarrador eco, pero esta vez la voz me sorprendió desde el suelo, desde el  entablado, sé que parece cosa de locos, pero así fue como sucedió.
“No me busquéis, yo ya hice mi parte,”
Me quedé inmóvil, mirando las teclas del piano, y entonces de nuevo.
“el laurel te encontrara, no te afanes, solo dedícate a hacer lo que sabéis hacer mejor, tocar, tocar, Lari…Lara…lari…”
-me habéis llamado, me habéis ofrecido tu alma, ahora eres de mi propiedad, en la eternidad. Disfrutad  de este momento, tendréis todo lo que tus ojos deseen ,oro y abundancia, los mejores vinos, los más finos  trajes, todo, todo lo que tu codicia te permita imaginar; no tendré afán en  venir por ti, pero escuchadme bien, escuchadme con atención, jamás habléis de mí, con nadie, ni con tu madre, ni con tu nada, ni con tu prole o tu perro, aún más importante es que jamás le des a esta obra el nombre de una mujer, o el de una flor, si eso sucediera, entonces  tendréis que morir tres veces antes de llegar al sepulcro; por ningún motivo hagas que eso pase, procura ser recordado por las generaciones futuras, deja que tus manos hagan todo  el trabajo,  y ten en cuenta la opinión de tu lucidez …Lari ….Lara…”
¿Cómo me sentía en ese momento? Ni yo mismo lo sé , me daba miedo saber que no estaba ebrio para creer que se trataba de una fantasía absurda, o de un juego mental producido por mi estupidez, o por una alta dosis de alcohol apuñalando mi sangre, que voy a saber yo, ¡horrible confusión! Al parecer mi alma pertenecía ahora al demonio,  ¿nada bueno verdad?
Fue hasta el otro día que confirme  esa idea, la música aun inundaba todos los rincones de la habitación, el manuscrito yacía encima del piano, y mis dedos aun temblaban, trastornados definitivamente.
No había un solo pan en la alacena, en mi bolsa solo había polvo y ruina, creí que lo más indicado en ese momento era salir a tomar un respiro, la cabeza me daba vueltas cual  carrusel de feria, en mi mente habitaba cada episodio vivido aquella noche de arrebato; debía dejarme llevar por el perfume de los jazmines, ese que tanto me agradaba, y no pensar en nada, en nada de lo que había sucedido, siempre me distraía con esas cosas cuando el hambre me hostigaba, caminar o hacerme el fuerte para disimular la necedad, a veces funcionaba.
¿Qué paso después? Había algo que debía mostrarle al mundo, si le debía entregar mi alma al demonio, debía ser por una causa justa,  por algo colosal, ¡debía triunfar,  pensar en la gloria y el respeto que tanto  desea la carne,  ser recordado por las generaciones venideras, hacer que mi nombre se extendiera  a la distancia como el de un Genio, así, como lo hicieron Bach y Tartinni, como lo hicieron Weiss y Narváez!  Entonces así pasaron 7 largos y gloriosos años, bebiendo de las copas más extravagantes, luciendo los mejores trajes, viajando por todo Occidente al lado de mi gran composición ; fue fácil ganarme un lugar en los mejores salones, ser contratado para dirigir magnos conciertos, hacia los arreglos para la orquesta de la corte real en B… y además ganaba  cientos de Monedas por  interpretar  mis demás composiciones a importantísimas familias de políticos y artistas, mi conocimiento teórico aumento en sobremanera, ahora era capaz de escribir armonías de increíble dificultad, mi nombre pisaba con fuerza entonces, ¿Qué más podía pedir? Me di cuenta que siempre hay algo de más que el corazón desea.
Las tentaciones que el demonio nos muestra como bellezas, son solo mascaras de futuras ruinas, mi corazón quiso una  compañía más humana, buscaba unos labios, me pedía a gritos un romance carnal,  ya no bastaba el calor de Euterpe, ni el cobijo de Apolo, y entonces abrió las puertas a un amor que jamás debió entrar en mi ser; el nombre de una mujer, es siempre por quien un hombre pierde su alma, el demonio lo sabe, por eso lo dijo,   es más peligroso que bañarse con jarrados de  espinas, creedme mi joven amigo, el aroma de esa mujer cobro una cuenta que todo el oro existente no podía pagar.
La conocí en M… en uno de tantos viajes a occidente, era la hija de un  renombrado escultor, una mujer brillante y dotada de la gracia que viene de las estrellas; hubo  muchas casualidades entonces, como si por algún motivo, debiéramos estar juntos; el destino nos prepara situaciones, que ponen a prueba nuestros pellejos, que nos hace preguntarnos, que tanta miseria podemos soportar. Me enamore en el instante que la vi, ¿y cómo no enamorase de ese coral efusivo? De esos labios carmesí, jamás veras otra como ella, de eso estoy seguro, y jamás debes encontrar una con ese nombre,  ¡colchón de nubes que daba pan a estas manos!
De ella contare solo lo debido, por respeto al cariño que aun guardo para ella. Nos casamos en nombre del amor que habíamos jurado, todo paso deprisa, pero yo era afortunado entonces, me acostumbre a su vanidad, y al olor de su pelo, cada noche desde que la bese por primera vez me regalaba su cuerpo y su adorable lujuria; en el día era la mujer que me daba consejos, me acompañaba en cada concierto, era mi guía entonces,  hizo que en parte me alejara del alcohol, apagaba las velas cuando frente al piano me quedaba dormido. Era como mi ángel protector, el regocijo de mi pecho. Todo iba bien, hasta que un día sentí la necesidad de dar un nombre a la obra que entonces me había dado tanto, del demonio no supe nada durante los años que pasaron, así que cansado de no tener un título con el cual  presentar aquella sonata ante el público, decidí darle el nombre de mi amada, de la muy buena y la muy graciosa. En la víspera de su cumpleaños, yo mismo hice que la servidumbre nos dejara solos en la mansión, preparé un banquete como homenaje al bello Ángel, y me dispuse a sorprenderla con mi regalo.
Preparé el asiento sobre una delicada alfombra roja, y le pedí con humildad que se sentara. Le declaré mi idea como el mayor acto de amor, dije  con voz firme: - “acepta que esta obra, la obra que tanto amo, lleve tu nombre,  dame el derecho y escucha lo que a partir de hoy es más tuyo que siempre” Preparé mis dedos para el festín y di comienzo acentuando mi espíritu en el suyo, como la más pura alianza; lo que vino enseguida, fue terrible, ¡Dios de mis Oraciones! lo recuerdo como un sentimiento nauseabundo, con bastante dolor claro está, pero horrorizado por el espectáculo funesto que se presentó ante mis ojos.
Finalizada la obra, se paró desesperada del asiento,  cuando la última nota sonó en la antecámara, de sus oídos empezó a brotar sangre como un rio,¡ brutalmente!, yo no pude hacer nada, nada pude hacer, ¡algo la levanto, algo invisible, no sé cómo sucedió!, su cuerpo empezó a ir de pared en pared,  golpeándose bestialmente,  y entonces del suelo emergió pesadamente esa voz que yo creía jamás volvería a escuchar.
“¡Tres veces has de morir, necio lo tenías todo!”
Me fui contra un rincón, hecho un manojo de nervios, mi dulce coral yacía inerte sobre la alfombra, desangrada, magullada, totalmente deshojada. ¡Que iba a saber yo que estaba pasando, en verdad mi alma tenía un dueño celoso, como había llegado a  todo eso, yo lo sabía, lo sabía muy bien, ahora que iba a decir, ¿que el demonio había asesinado a mi esposa? Nadie iba a creerlo! entonces  en medio del frenesí me arroje a la puerta principal y empecé a pedir auxilio, grite solicitando ayuda, inventando que E… había rodado  por las escaleras.
El día del sepelio, interpreté todo un repertorio en su memoria antes de sepultarla, había dejado un vació enorme en mi corazón, en mi música, en mi vida, la extrañaba ahora que no la tenía, como a nada en la vida, porque aun veía en el cielo sus ojos confundidos, y me sentía culpable por no entender que había pasado, o mejor, de no querer entender lo que bien sabia.
Los días ahora corrían  sin prisa, pensé que viajar de un lado a otro me serviría para encontrar consuelo, que la música me aliviaría el corazón de nuevo, como tantas veces; paso un mes y nada cambiaba, ni si quiera el arte alejaba la pena de mi lado, entonces una noche, al ver que no había valor  en las riquezas materiales que poseía, al sentirme solo, muerto, muerto por primera vez, decidí con impulso de enloquecida furia, despedirme de mi buen amigo el piano, tome el trabuco, prepare la carga, y puse su cañón en mi boca… acto seguido, una fuerza de otro mundo, retorció mis manos hasta hacerme arrojar el arma; como impulsado por la corriente más feroz,  caí en el suelo con las extremidades destrozadas, ¡peor fue la sorpresa, y el horror de ver como mis dos manos habían quedado completamente torcidas!, ¡rígidas!,¡ torcidas y rígidas como una rama seca!, no había movimiento en mis dedos, no había un solo movimiento en mis pobres manos,  estaban muertas, que tragedia horrible, yo entonces estaba muerto por segunda vez, ¿qué iba a ser de mi vida entonces?,  A pesar  de la consternación, logré ponerme de pie,  y antes de poder huir de todo ese infierno, el demonio me dejo oír de nuevo su voz:
“Tres veces has de morir, necio lo tenías todo”
Jamás pude volver a tocar un piano, nunca más pude escribir una sola línea, por eso mis manos provocan tanta repulsión, porque están muertas; son las manos de un condenado, de un hombre que ha muerto ya dos veces, y al que le queda una muerte más. Todos estos años he temido ese día, el día que muera  mi cuerpo, pues mi corazón murió ya un par de veces;  soy un hombre sin alma, mira a donde me llevo el deseo, ¿qué pena verdad?
Aquella obra que me dio y que me quito tanto, jamás fue olvidada, dejé que varios maestros la reprodujeran, y como sabéis se ha interpretado en gran parte del mundo; ¡sí que es una composición respetada!, me queda el consuelo de que es llamada por su nombre, ¡lleva ese bello nombre que por mil razones se aferra a mi espíritu aun en la distancia!. El júbilo y la gloria dejaron de importarme el día que perdí mis manos, y al amor de mis amores, creo que es evidente, sé  que se nota en mis ojos; dime,  ¿de qué sirve ser el dueño del mundo, si no se es el dueño de su alma? Dime, ¿de qué sirve?

sábado, 2 de junio de 2012

Diario de Homicidios




Carta escrita por Carmina D. 19 de agosto de 1939
Querida  Sonia,
Te escribo, dejando de lado nuestro rol de colegas, y más bien, como amiga y confidente. No está bien que te hayas involucrado tan a fondo en el caso de Lago Rubí, bien sabes que ése sicópata es un hombre hábil, un desequilibrado que puede atacarte y hacerte daño en el momento menos pensado; sólo te pido que lo reconsideres, que te des cuenta de la dimensión del problema, te lo reclama alguien que se preocupa por tu bienestar y que verdaderamente te estima.
¡Cierra ya ese maldito expediente! No vaya a ser que tu cuerpo acuchillado ocupe las primeras páginas de los periódicos y tu muerte se convierta en un espectáculo público.
                                                                                                                 
Tú leal amiga,
Carmina.

Diario de homicidios.
24 de agosto, en la tarde.
Tuve que juagar con abundante agua mis manos, acabo de limpiar el piso salpicado, ¡esto es lo que me hastía de ser un asesino!, limpiar, barrer, sepultar…escribir  las cartas… ¡es tan tedioso! , pero… son responsabilidades inevitables…
Es importante obtener una buena recompensa después de trabajar espinosamente, y debo reconocer, que el pago por mi trabajo, ese placer indescriptible que brinda la sangre, me hace sentir reconfortado, extasiado.
Esta mañana fue especial, quería hacerlo ya hace tiempo, y el día llegó, llegó por fin…
Se veía hermosa; dormida en su lecho, soñando, tal vez con los arrumacos de su amado.  Sonreía, con una risa coqueta, su labio superior se estiraba sutilmente, haciendo que un hoyito apareciera en su mejilla,  respiraba lentamente, como cada uno de mis pasos por su habitación.
Estuve frente a ella, contemplándola largo rato, adorándola en mi locura. Me preguntaba, ¿de qué manera habría querido morir?... todos hemos maquinado alguna vez la forma en que queremos dar el último suspiro. Yo pretendía que fuera especial, entonces hice que despertara y se horrorizara con mi presencia.
Apreté  el  cuchillo, me aveciné y la tomé por el cuello, suavemente, ¡cuán ansioso me hallaba! ella miraba con espanto el arma empuñada por mi mano derecha, movía la cabeza en un vaivén compulsivo,  no pudo siquiera gritar, no hizo nada para defenderse, ni un solo gemido, ni el más leve sonido emanó desde lo profundo de su turbación;  tomé impulso,  y la apuñalé, con fuerza. Sé que lo disfrutó, fue una pincelada hermosa.
Sentí  ternura al cerrar sus ojos claros; y a decir verdad, se veía mejor muerta que viva, y debo anotar, que me convenía más en el primer estado. La llevé al lago, a mi lago, allí, en donde el agua se torna del color de un  rubí, ese hermoso lugar donde un día encontré a Anabel… ¡oh, mi adorado tormento!… la oculté bajo la tierra, en complicidad de la bruma,  adorné su sepulcro con unas bellas flores, lirios, para ser más exacto, me despedí, y regresé a casa.
Escribí una carta, e hice que llegara a las manos del grupo de investigación cuya empresa es mi caza, en ella les decía donde podían encontrar el cuerpo de Carmina, su colega, les pedí que por favor enviaran una copia a su prometido y otra a Sonia, es mucho trabajo para un solo hombre, sé que ella va a estar interesada, estoy seguro de ello.
Se abrió mi apetito, iré a comer algo, hígado cocinado tal vez… Veremos qué pasa…

Reporte  sobre el caso Lago Rubí.
25 de agosto
La desgracia nos ha sorprendido. Ha llegado a nuestras manos una extraña carta, donde se nos informa la desafortunada muerte de una de nuestras detectives. El cuerpo de investigación arribó al lugar indicado por el propio asesino, allí, yacía bajo tierra el cuerpo de nuestra laboriosa compañera.
El crimen fue ejecutado con arma blanca, un golpe certero, letal, el pecho quedó totalmente desgarrado, no había huella de otro tipo de herida, ni rastro de forcejeo.
Con este homicidio, ahora son 12 los casos sin resolver, todos teñidos con el mismo misterio, efectuados al parecer por un mismo asesino.
Para agravar la situación, sabemos  que el homicida conoce muy a fondo  a otra de nuestras detectives, la señorita Sonia Artaud, quien ha estado moviendo fichas para dar con el asesino desde el momento en que éste cometió el primer crimen relacionado con Lago Rubí; me da horror pensar que ella pueda llegar a correr la misma suerte de su compañera. No estamos enfrentando a un malhechor común, es un hombre inteligente y desafiante,  un monstruo sediento, debemos actuar rápido, pero  precavidamente.
¡Dios nos ayude!  Queremos que Cese esta ola de violencia y crueldad.

Firmado por el encargado en jefe, cuerpo investigativo en el caso Lago Rubí.






Diario de Sonia Artaud,
28 de agosto.
¡Qué mal me siento por la muerte de Carmina!, voy a extrañar mucho sus concejos, su compañía, era en verdad mi gran amiga.
No fui capaz de verla en el féretro, no quería llevarme esa mala imagen como último recuerdo de una persona que me enseñó tantas cosas, prefiero imaginarla sonriendo, como lo hacía cada mañana, saludando a todos sus camaradas.
Asistió una gran multitud a su funeral, se derramaron muchas lágrimas, y no solo soy yo quien la va a echar de menos, Ferdinand está destrozado, ha perdido  su gran amor, realmente es una pérdida irreparable. No sé por qué Carmina corrió con esa suerte, no tenía nada que ver con el caso del asesino de Lago Rubí , jamás se involucró en nada que concerniera a ello, y por lo que se, nunca recibió amenazas, ¡es increíble que hoy no esté con nosotros!

28 de agosto continuación:
Olvide anotar algo que me hizo sentir realmente exaltada, por algún motivo me sentía incomoda en el cementerio, acosada,  como si de lo lejos alguien me mirara.
Varias veces sentí un frio terrible en las piernas, unas ganas enormes de esconderme del mundo ¡ahora más que nunca conozco el miedo! esto se está complicando; sé que el asesino siente interés por mí, va a ser difícil cerrar los ojos después de lo que ha sucedido.
Si por algún motivo caigo en sus garras…. ¿qué estoy pensando? Será mejor irme a descansar, de ahora en adelante tendré que  esforzarme más en la investigación, ¡Voy a llegar hasta lo último, te lo prometo amiga!

30 de agosto 
Mi  muy apreciado Ferdinand,
No quisiera  atormentarte y traer a tu memoria la desafortunada suerte de Carmina, aun así, siento la necesidad de pedir tu ayuda para lograr aclarar esta enredada situación; Ahora más que nunca temo por mi vida, necesito de tu colaboración, será gratificante que podamos llevar a prisión al hombre que tanto daño nos ha hecho.
He hablado con el cuerpo de investigación, y  en respuesta de mi solicitud, me han puesto al mando de 7 investigadores, se ha  pagado una  buena cantidad de dinero a los residentes del poblado, para que trabajen como nuestros informantes, la red esta puesta para atrapar al criminal, dime si estás dispuesto a vengar la muerte de tu prometida.
Sinceramente,
Sonia.



Diario de observación
30 de agosto. En la noche.
Sonia Artaud es una dama preciosa, solo en ella podría no odiar la vanidad; me vuelve loco poder sentirla, poder disfrutar de su fragancia, verla descansando en su cama, ser el hombre que poda su jardín  cada 15 o 20 días.
¡Es muy parecida a Anabel! Me hace muy  dichoso pensar que mi dulce amor volvió de la muerte con otro cuerpo, ¡yo lo sabía, sabía que no podía dejarme solo! Tendrá que aprender a amarme, ella va a querer ser mi cómplice, tengo pensado  enseñarle todo lo que se hacer, sé que no puede decirme que no.
Lucía  encantadora en  el  funeral de su amiga, un vestido negro en fino paño engalanaba  su indiscutible belleza, se veía angelical derramando lagrimas por su querida colega, estuve todo el tiempo  a su lado, compartiendo su dolor, sentí la necesidad de hablarle, pero creí que no era el momento adecuado, a cambio de eso le ofrecí mi pañuelo, lo recibió de muy buena gana, es una mujer educada y pulcra, como lo era  Anabel, por eso estoy seguro de que son la misma persona.

3 de Septiembre
Apreciado Ferdinand                                                  
Me reconforta saber que has decidido unirte al cuerpo de investigación, voy a dar lo mejor de mi experiencia para que no te arrepientas de este paso.
Quedaran a tu mando tres detectives, uno de ellos colaborara exclusivamente en las labores de archivo, y evaluación de pistas, yo por mi parte, espero poder apoyarte en lo que recurras.
Mañana nace una nueva esperanza, conocemos  tus capacidades, y confiamos ciegamente en tu potencial como cazador de criminales, de nuevo muchas gracias por darnos tu mano.

Sinceramente,
Sonia.

Diario de homicidios
8 de septiembre
¿Por qué se molestan  en seguirme?,  si yo mismo tengo la decencia de aparecer cuando lo precisan, ¿acaso no ven que soy una mente brillante? ¿No se han dado cuenta de que mi trabajo es limpio, preciso, perfecto?
¡Me estoy hartando de parecer un…! ¡no voy a ser  un trofeo para nadie!, ni siquiera  para Sonia., siento dolor al ver que me quiere ver muerto, esa no es la clase de amor que quiero que sienta por mí, ha dado órdenes precisas para que mi muerte sea inevitable.
Sé que es una mujer sagaz, pero no es una buena enemiga para mí; hizo que rodearan Rio purpura;  una vasta cantidad de hombres, que simulaban ser pueblerinos, hacían rondas día y noche tratando de hallar una pista que les llevara a mi paradero,  en la noche acampaban en una tienda de considerable tamaño orillándose en la parte más plana delas laderas que se dejan  bañar por las aguas cristalinas de rio purpura; yo estuve al pendiente de todo; Ferdinand, el hombre que Sonia puso al frente de su cuerpo de investigación, al mismo que yo deje en la viudez tortuosa, solicito un par de hombres más para reforzar el equipo de búsqueda ; siempre he Considerado que es un estúpido; el olor de su colonia  no me agrada, sus ojos son falsos, tiene un bigote de escoba que no resalta con su nariz ,¡ es patético,  todo un payaso!. Al día siguiente llegaron dos hombres que al juzgar por su apariencia, venían de una región muy lejana a esta, su comportamiento era el de dos oficiales desmañados que viajan a tierras lejanas para adquirir experiencia, me hace sentir muy bien que yo , humilde hombre,  capte tanta atención en la región; sin embargo me pareció molesto que invadieran mi  predio, que perturben el descanso de la buena Anabel, ¡no sé por qué no los ha espantado como hace conmigo, ni siquiera cuando estaba viva la entendía, mucho menos ahora que es una caja llena de huesos¡. Mujeres, ¿Quién las soportaría toda una vida? por lo menos ahora no respira, ¡es solo un recuerdo que me hiere!
Estuve al tanto cada segundo de los pasos que daban para olfatear mi rastro, ya habían pasado tres días, y ahora el cansancio notablemente se aferraba a los cuerpos de los buenos hombres; en sus caras ya no se dibujaba esa convicción que ligaron a sus mentes el primer día, permanecían más tiempo sentados y arreglando el campamento, que preocupándose por lo que debían, yo no iba a desperdiciar la oportunidad, quería un poco más, unas horas más de espera, ellos no imaginaban que yo les había pisado los talones, que yo llenaba sus frascos con el agua que les servía como sustento cada que la sed les agobiaba. Muchas veces me sonrieron  creyendo que era un pueblerino más, uno de esos estúpidos que vanagloria el infructuoso trabajo de unas escuetas hormigas; ya había escrito el guion que narraba sus muertes, no sería un trabajo limpio y satisfactorio, no sentiría lo mismo desollando un cuerpo robusto y peludo, no es lo mismo que tragarse el aire de alguna dama.
Por fin llego la noche del tercer día, los extranjeros como siempre hacían la guardia, la noche era más oscura que de costumbre, sería la única testigo de un crimen múltiple, ¡Trece hombres debían morir en esa hondura! doce de manera simple, uno de manera especial; Nadie en esta tierra infértil conoce mejor Rio purpura que este humilde narrador, eso jugaba a mi favor, dos forasteros hacían vigilancia mientras los demás gorrones descansaban de lo que habían descansado mucho, la muerte tocaría a sus puertas,  ¡nada peor que te encuentre descansando!
Nunca había matado con un martillo, no podía imaginar que placer despertaría en mi carne impenitente, golpear a alguien como si fuese un clavo, es hermoso cuando se pueden vivir cosas nuevas, la muerte es coqueta, dama  muy seductora…¡un martillo!¡Un martillo! , me logro exaltar, parezco un niño apasionado, seguiré con mi relato.
Uno de los vigías se dirigió hacia los arbustos que rodeaban el campamento, pude observar que le gustaban las estrellas, las miraba fijamente mientras el humo de un cigarro escapaba de su boca, había  un brillo especial en sus ojos, debo aceptar que me arrepiento de haberlo asesinado sin siquiera darle una carta de presentación, lo tendré presente para la próxima vez.
El hombre maravillado por la belleza de los astros descuido su posición, me acerque sigilosamente a él, mi respiración acelero como una locomotora endemoniada, no existía  brida que pudiese detenerme, una risa se apodero de mis labios, luego apreté los dientes cual si hubiese sido abofeteado levante el brazo y deje caer el peso de mi ira sobre su cráneo. Sentí, como algo dentro de la cabeza del sujeto se reventaba, cayó instantáneamente, otro golpe perfecto, delicado; unos pequeños hilos de sangre empezaron a nacer de sus fosas, y sus ojos se enfriaron como las noches de mayo,  pero no podía quedarme disfrutando del bello paisaje, el tiempo no era un amigo para mí, debía actuar con soltura; arrastré el cuerpo hasta la orilla más cercana, miré su cara pálida por última vez y deje que el oscuro lago cubriera con sus helados brazos el desafortunado hombre.  Entonces di la vuelta a los mismos arbustos, esos testigos mudos de los crímenes perpetuados por mis manos, el otro forastero vigilaba cuidadosamente la zona, pero pude notar que sentía miedo, sabía que la sombra de la parca cabalgaba cual fantasma, hizo una pequeña ronda y luego regreso al campamento; empezó a sentir la ausencia de su compañero, miraba de un lado a otro con la esperanza de volver a verlo, llegue a sentir compasión por él, mejor acabar todo pronto, no podía ser cruel, y disfrutar del dolor ajeno.
Trate de buscar el momento adecuado para lanzarme sobre él, pero el hombre no se alejaba lo necesario del campamento, las cosas empezaron a salir de la manera inesperada, el muy imbécil empezó a llamar a su compañero afanosamente, haciendo que la demás compañía despertara y saliera del campamento.
Todos iban armados con fusiles, aun así sabían a quien se enfrentaban, podía  ver en sus ojos el horror que produce el miedo, debo admitir que mi martillo y yo, también sentimos algo de exaltación, más que nunca debía actuar de manera inteligente.
Ferdinand ordeno a sus hombres ir en busca de su compañero, mientras él interrogaba al forastero, y le reclamaba por su negligencia y la del otro vigía; Yo no podía quedarme a la espera de que me atraparan, la arena empezó a salirse de mis manos, y por primera vez me sentía como un conejo al que persigue una jauría de lobos hambrientos.
No había más alternativa que sumergirme en el Rio, el paso apresurado del consorcio, me obligo a besarme con los labios del desespero, lentamente me fui hundiendo, y logré camuflarme entre puentes de niebla y matorrales que adornaban las laderas del cuerpo de agua.
Los hombres  caminaban diligentemente por los enlodados caminos, yo apenas podía distinguir entre sombras y jadeos, gritos desorientados y un olor a muerte que bailaba por el aire; a pesar de mi fuerte espíritu, las heladas aguas empezaron a trabar mis extremidades, sentía el martillo pegado a mis manos, como otro de mis miembros, me sentía ruin por estar en semejante situación, la madeja se enredaba más y más, como siempre debía esperar, ¡Morir o Matar!
Recuerdo que empecé a perder el sentido, mis dientes tiritaban,  llevaba largo rato bajo el agua, creí alucinar cuando en la inmensidad del lago, vi una mujer que se acercaba lentamente. Con vestidos percudidos y hojas pegadas a la piel, ¡Flotaba como un pétalo entre la tormenta, luego desapareció despidiéndose con una fea sonrisa! Fue cuestión de tan solo unos segundos, un cuadro extraño e inoportuno. Sin duda era Anabel, ¡siempre quiere asustarme, es una niña malcriada!, yo sentí algo de alegría al verla, pero no soporto que venga a visitarme cuando estoy trabajando, ese no era el momento para una visita, definitivamente no, estaba perdiendo la fuerza, pero por fin los hombres se alejaron; iba de salida del  incomodo escondite, cuando de repente la luz casi inerte de una linterna empezó a asomar por entre los arbustos, tuve que dejar la mitad de mi cuerpo dentro del agua, apreté el martillo con la mayor convicción, decidido a atacar a quien se hiciera presente; a lo lejos vi una sombra que se acercaba lentamente, llevando de lado a lado una linterna, y cargando en los hombros una carabina, entonces volví a sumergirme en el agua dejando únicamente por fuera la cabeza.
A pesar de lo espeso de la niebla, pude distinguir que la sombra era de mi muy estimado Ferdinand, a él no lo podía subestimar, mucho menos en las condiciones en las que yo me encontraba; empezó a observar la zona lentamente, se movía como una serpiente que busca una enorme rata para saciar su hambre, se acercó demasiado  a la orilla, allí, donde me ocultaba yo, era como si mi carne fuese un imán, ¡estaba frente a mí, cegado por la niebla, y ensordecido por  el silencio! Llegue a pensar que sabía que yo estaba allí, pero luego volteo la espalda, ¡sonreí!,  los segundos se convirtieron en horas eternas, el tiempo se detuvo esa noche en Rio purpura; el pulso de mi corazón acelero frenéticamente,  pensé en todas y cada una de mis víctimas, en Carmina, en Anabel, ¡Todas, Todas! Lancé una de mis manos hacia sus piernas, cual si fuere la garra de un Oso, logré que cayera al agua y empezó el bello espectáculo.
Yo sabía que había una docena de hombres buscándome, aun así, la carne había llegado a mi mesa, debía disfrutarlo, no quiero parecer caprichoso, pero era un momento especial ,de esos que se viven una sola vez;
Aproveche la ventaja que tenía en el agua, y antes de que reaccionara y preparara su arma, golpee  su rostro con el martillo, era difícil forcejear  estando dentro del rio, mas sin embargo fue otro golpe certero; uno de sus pómulos  quedo destrozado, la carne le colgaba como un dulce de feria, debo reconocer que jamás dio la batalla por perdida, apretaba mis brazos tratando de desarmarme, como queriendo que el agua me tragase, pero  le había hecho un daño terrible, Yo tenía la ventaja, él fue a buscarme pero yo lo encontré primero, con algo de suerte claro está ,pero eso no me quita el mérito de haber jugado mejor la partida; lo tomé por el cuello e intente sumergirlo, no fue fácil, Ferdinand tenía una fuerte convicción, entonces lo  acerque un poco a la ladera; tuve que golpearlo en la cabeza muchas veces, incontables veces, hasta que ya no tenía ningún sentido golpearlo, todo el cráneo estaba destrozado, estaba casi muerto, me pregunto cómo pudo aguantar tantos porrazos,  apenas podía parpadear, me miraba con ira, devastado por el dolor, no soporte su horrible mirada, arroje el martillo al agua, dejando por fin en libertad mis manos, le di un beso de despedida en la frente y dejé que el agua se llevara su agonizante cuerpo; suspiré, y deje que la tranquilidad acariciara mi alma, a pesar de la excitación, no me sentía físicamente bien, entonces me encomendé a los santos para que nada se cruzara en mi camino,  apresure la marcha y me dirigí ansioso a mi hogar.
Fue una noche prodigiosa, llegue a pensar que el fin de mi carrera estaba cerca, Salí victorioso pero aún hay mucho por hacer, esto es solo el comienzo.

Diario de observación
10 de septiembre, en la noche.
He estado bastante enfermo, anoche tuve calentura, alucine horriblemente; apenas si hoy pude levantarme de la cama, el frio que se concentró en mi cuerpo está cobrando su parte, me siento débil, y extraño no  tener a alguien que me cuide, esto es lo malo de ser un asesino, de no tener a nadie que comprenda y comparta mi vida.
¡No soy un hombre débil, pero la tristeza hoy carcome mi corazón!

Ville de August.  13 de septiembre
Mi muy bella y amada Sonia,
Permítame saludarla de la manera más afectiva,  no ha pasado un solo momento desde que la vi, en el que deje de soñarla, Pero últimamente he notado que su querer es falso, y eso me molesta. No quiero ser descortés, mucho menos atemorizarla, pero haber hecho que me buscasen para asesinarme, no me parece justo.
Jamás me he atrevido a tocarle un solo dedo, y aun así Usted ¿Se comporta como una ramera vieja?; a partir de hoy todo va a cambiar, le demostrare con pruebas mi más sincero cariño, serán tres dádivas que harán que se enamore de mí, no se afane de nuevo en buscarme, yo llegare a usted.
En cuanto a Ferdinand no lo sigan buscando, el ahora pertenece al rio, no me parece cordial que irrumpan su descanso, además no le va agradar ver como quedo su rostro después de la merienda que le di; recuérdelo como el hombre que halagaba, créame, no se veía muy bien cuando el río se lo trago.
Espero habitar en su memoria hasta el día de su muerte.

Muy atentamente,
Su más devoto admirador.

Diario de Sonia Artaud
17 de septiembre, en la tarde.
¿Por qué la vida es tan dura conmigo? Las maldiciones no cesan, no logro aun recuperarme de la conmoción, ni siquiera hemos recuperado el cuerpo de Ferdinand, y ahora mi pobre mascota, ¡mi dulce gato! Es sorprendido por las garra de la maldad.
¡Dios mío! ¿A qué clase de enfermo mental me estoy enfrentando?, no lo soporto más, lo mejor es que cierre este caso, tal vez así, logre conseguir algo de paz, no fue bueno el que me hayan puesto  a la cabeza de esta investigación, me estoy quedando sola, ¡siento miedo Dios santo, dame consuelo!
Esta mañana, abrí la puerta del patio trasero, y encontré una bolsa que de inmediato me pareció extraña, me acerque para ver que había dentro de ella, y ¡Dios santo! Allí estaba el pobre Donatello, decapitado, grite espantada, caí de rodillas junto a la bolsa,  me sentí fatal, lo único que pude hacer  fue trasbocar, y pedir a un vecino que me ayudara a sacar la bolsa con el descoyuntado cuerpo.
Esto está mal, será mejor irme  lejos, alejarme de esta maldición, ¡ojala aun tenga tiempo, ojala todo esto sea una pesadilla!


18 de septiembre,
Bella Sonia,
Espero le haya gustado su regalo, era un gatito adorable.


Diario de Sonia Artaud
18 de septiembre, en la tarde
Empiezo a sospechar de todo mundo, ese sicópata se mueve muy cerca de mí, parece un fantasma, deja notas en mi casa sin que me dé cuenta, sé que respira en mi nuca, ya siento el olor de las flores, acercándose a mi cuerpo, ¡Perdí!

Reporte sobre el caso purpura
21 de septiembre.
Hemos decidido sacar de la investigación a La señorita Sonia Artaud, creemos que es lo más conveniente después de todo lo que ha pasado.
Correspondiendo a su petición, le hemos ofrecido tiquetes de viaje en tren hacia la ciudad de Louri, Allí se le brindara un servicio de seguridad especial, y aquí estaremos al pendiente de todo para satisfacer cualquiera de sus necesidades.
Por otra parte hemos decidido tomarnos un tiempo para reabrir la investigación, todo el equipo de trabajo esta conmocionado con lo que ha sucedido los últimos días, va   a ser difícil empezar de nuevo,
Yo también siento temor por mi vida, y quisiera poder alejarme de todo, hacer de cuenta, por más cobarde que parezca, que  nada ha sucedido aquí.
Firmado por el jefe del cuerpo investigativo en el caso Purpura.

Diario de Homicidios
22 de septiembre
De nuevo aquí, con la ropa untada de sangre, mi segundo regalo debía ser especial, algo que en verdad le llegara al corazón, opte  por su hermana menor, una damisela joven que vivía lejos de esta región; decidí ir en su búsqueda, y afortunadamente logre dar con su casa; allí vivía con una de sus amigas, en una franja campestre alejada de la civilización, un lugar pequeño pero bastante agradable.
Me presente como el novio de su hermana Sonia, las jóvenes me brindaron enseguida su hospitalidad, fueron muy generosas al ofrecerme su casa y darme de  comer. Les dije que estaba en unas pequeñas vacaciones, que Sonia me había sugerido buscarlas y  hacerles una visita, les lleve algunas fotografías que tenia de ella, y uno que otro cachivache que compre en el camino.
Salimos a dar un paseo por el campo alto, y estuvimos conversando largo rato, les dije que Sonia no me había podido acompañar por cuestiones de su trabajo, ellas sabían  que era una mujer muy dedicada a su oficio, y me hicieron saber que muchas veces se alejó de su familia y en parte la descuido por darle prioridad a sus expedientes.
En la noche nos fuimos a descansar, luego de contar historias frente a la chimenea;  yo dormiría en uno de los cuartos, y las dos jóvenes en el otro. Les di las buenas noches agradeciendo su hospitalidad, y me dirigí hacia mi habitación.
Estuve con los ojos abiertos largo rato, afilando mi cuchillo, mirando el cielo estrellado y escuchando los perros ladrar; me canse de la espera, entonces  me dirigí hacia el cuarto de las Jóvenes, las observe por un instante, tome el cuchillo y como en una fiesta de sangre, empecé  a lanzar puñaladas a una y a la otra.
Los gritos fueron leves, casi imperceptibles, las sabanas quedaron manchadas de rojo, todo fue emotivo.
Me gusta viajar de noche por que es más seguro , me siento más cómodo, así puedo disfrutar de los paisajes y recordar con más pasión cada crimen.
La noticia ya debió llegar a Sonia, veremos cómo reacciona, solo me queda un regalo por entregar.

Reporte sobre el caso Purpura
25 de septiembre
¡De nuevo malas noticias!, nos hemos enterado de un doble crimen en la región de St.Capetie, lo peor de todo es que una de las victimas resulto ser la hermana menor de Sonia.
No pudo creerlo cuando se lo contamos, ahora está en un estado de exaltación y nerviosismo incontrolables, ha sufrido varias recaídas y quiere salir dela región lo antes posible, no lo creemos conveniente, pues tememos más que nunca por  su seguridad, y su estado anímico es en verdad lamentable.
Junto a los cuerpos lacerados, había una nota que decía “Este es su segundo regalo, Disfrútelo” definitivamente la maldad no conoce límites, es que Sonia no asista al funeral de su hermana, pueden empeorar las cosas, aunque ya nada puede ser peor.
Ese demonio que ha sido nuestra pesadilla, ha causado mas daño del pensado, parece que esto nunca va a terminar, he decidido que lo mejor es renunciar a este cargo, no quiero que las próximas víctimas sean mis hijas, ni mi mujer, ni yo mismo, ¡este es el momento para decir no más!

Firmado por el jefe del cuerpo investigativo en el caso Purpura.



Diario de Sonia Artaud
29 de septiembre

Debo tener la fuerza necesaria para acabar con todo esto, ahora lo importante es poder escapar, muy lejos de aquí, donde los recuerdos no  me  sigan, mañana viajare temprano, tal vez en la distancia pueda encontrar alivio, tal vez haya una segunda oportunidad para mí.

Diario de observación
29 de septiembre
Sonia ha decidido viajar mañana, sé que ya le entregaron los tiquetes para que tome el tren de las 5 A.M, quisiera viajar con ella pero pienso que es arriesgado, será mejor entregarle el ultimo regalo lo antes posible, debe estarlo esperando, sé que lo ansía; debe ser mañana antes que quiera largarse, la esperare y le dejare  saber quién soy, fue una mujer especial para mí, tal vez la compare mucho con Anabel, tal vez quise que fuese un ideal, soñé demasiado.
¡Solo es una  mujer ordinaria!, no valió la pena a fin de cuentas, haberme arriesgado por tan poco; seguiré buscando una mujer igual a Anabel, pero no aquí, iré a otra región, donde haya un rio grande y hermoso, con arbustos que dominen al hombre y puentes de niebla en donde pueda caminar  tranquilamente, buscare un lugar donde abunde la serenidad, buscare un lugar  que  se parezca a Rio purpura.

Informe del periódico local
8 de octubre
Luego de una semana de exhaustiva búsqueda, las autoridades locales han dado con el paradero del cuerpo de la señorita Sonia Artaud, gracias a las labores de rastreo por parte de los sabuesos, se encontró una fosa donde se hallaba el cuerpo inerte, en un avanzado estado de descomposición.
Según el informe de los peritos, la mujer murió a causa de una puñalada certera en el pecho, no se encontraron rastros de una herida diferente; causa curiosidad, la fotografía de una mujer de impresionante parecido físico, que se encontró cerca a la víctima, estaba firmada con el nombre  de “Anabel”; el crimen se atribuyó al muy nombrado homicida que sigue siendo prófugo de la justicia; el cuerpo investigativo encargado del caso “Rio Purpura” no ha hecho declaraciones acerca de lo ocurrido, el impacto que ha dejado esta serie de asesinatos en  la comunidad investigativa, es perturbador, nadie quiere hablar de lo que ha sucedido, solo impera la ley del silencio en esta tierra que un día fue tranquila.
El miedo y la incertidumbre seguirán viviendo con nosotros, día y noche, desde hoy  hasta que seamos viejos;  todos los secretos que conoce Rio Purpura, se contaran como leyendas a nuestros hijos, pero al parecer nadie jamás va a conocer el nombre, del protagonista de esta historia.


La tormenta





El carruaje se averió en plena carretera, una de las ruedas se destrozó, no encontré forma de reparar el eje, para colmo de mal, el cielo herido escupía un diluvio que parecía no querer detenerse; el par de caballos que me acompañaban, se desengancharon del  armatoste como empujados por un demonio, huyeron descontrolados hacia la inmensa oscuridad, relinchando  de espanto a causa del  efecto producido por los estruendos cósmicos; la caja quedó casi en ruinas, la fuerza de las bestias provocó que se volcara, dejando al descubierto una de las  puertas laterales que se zafó de sus charnelas. Quise poner en su lugar la puerta y el revestimiento, pero viéndome amenazado por la ferocidad del agua que brotaba de la cúpula impasible, y adolorido por los golpes sufridos en el infortunado, solo pude, valiéndome de un gran esfuerzo físico, levantar la carroza y adentrarme en lo que quedaba de ella. ¡Qué decir del lugar donde entonces me sitiaba! , una ruta dibujada en medio de la nada, un paraje hostil y yermo, anegado de oscuridad y desolación;  para hacer peor mi estadía, en el aire, un frío indecible flotaba y luego penetraba en  la carreta, buscando  concentrarse en mis huesos. 
La ansiedad se apoderó de mi cuando me percaté  de un chorro de sangre que  emanaba de una de mis piernas, había una tremenda abertura en la parte superior de la pantorrilla, la herida era tan profunda, que siguió sangrando aún después de colocar una de las  mangas de mi abrigo como vendaje, el dolor empezaba a palpitar en mi carne, y la preocupación ahora era mayor. ¿Qué decisión debía tomar?, ¿permanecer enclaustrado e implorando al Dios de las alturas  toda  la noche para que la tormenta cesara, y la herida en mi pierna me diera tregua?, o ¿aventurarme a salir dispuesto a empaparme, o a ser merendado por los lobos, pero con el convencimiento de hallar un resguardo mejor que las rígidas sillas del menoscabado coche y donde pudiera tratar la herida? Quedarme  o salir me generaban el mismo lance.
Me abrigué lo mejor que pude, y salí del coche a merced de una noche oscura; afligido por  los sombríos pasos del ruidoso viento, e incómodo por la pesadez de la lluvia, puse el abrigo sobre mi cabeza  y principié una carrera en línea recta sin saber a dónde me conduciría.
Mi paso era extendido y en poco tiempo perdí la carreta de vista, las corrientes de viento eran un obstáculo para avanzar con prisa, además, tenía la carne helada, mis pobres articulaciones débilmente respondían a los impulsos que ordenaba la conciencia, la mitad de mi cuerpo estaba aporreado y entumecido, y aunque la herida dejaba de sangrar, el dolor florecía con más intensidad.
El camino, que sea hacia muy pedregoso me mostraba en  su hostilidad una división de trochas estrechas y enfangadas  que conducían a un bosque espeso que no había divisado cuando estaba adentro del carruaje.
Corrí el riesgo de encaminarme hacia uno de esos senderos, pero no puedo dejar de advertir la clase de horror sobrenatural  que producían en mi ser las formas del paisaje; pensaba en la posibilidad de perderme, pero era consciente de que no  podía regresar en busca de la carretera, y muchísimo menos quedarme parado  a disposición de la tormenta y acogido por el espanto que se ocultaba tras la indefinible silueta de los árboles.
Había caminado ya cerca de una hora, la turbación me hacía sacudir; en más de una ocasión quise detener la marcha para ir de nuevo en busca del coche, pero descarté tal empuje, cuando por fin reconocí  en mi aislamiento lo perdido que estaba.
Me encontraba en un boscaje de cipreses largos y frondosos que abundaban en todas las direcciones. Los matorrales, más empapados que mis ropas, y dejando ver unas oscuras florecitas que colgaban y  se mecían como columpios en una tarde de verano, eran dueños de cada rincón,  todo era rodeado por ellos. A medio ver, entre las capas de niebla, un pequeño río que se había formado por la lluvia, bañaba con sus aguas turbias mis botas; podía ver  también en semejante extensión, decenas de  cruces  marcados suavemente, tal vez por la marcha del viento o desgastados  por el tiempo, caminitos que conducían a breñas colmadas de florecillas, refugio de ardillas y zarigüeyas, lodazales espesos que emanaban tufos pestilentes. El lugar, y la situación en la que me encontraba, me definían perfectamente lo que significa estar solo y asustado ¡Que podía hacer! El tiempo corría lento y sabía que antes de la asomada del  alba, el frío podía despojarme del  hálito vital, estaba débil, el dolor me carcomía, estaba al borde del delirio.
Seguí caminando entre charcales y cogollos desfigurados, atento a la aparición de cualquier criatura famélica que ya me tuviera entre ojos,  así que  airado por un toque de sobriedad y valentía ,me armé con un madero macizo y suficientemente largo, que estaba dispuesto a utilizar para defender mi integridad;  el camino era bastante espinoso, muchas veces tuve que detenerme para saltar o para arrojarme desde algún montículo de tierra alta, o para esquivar la maraña, o las ramas que salían de los troncos como brazos de la noche dispuestos a despedazarme. De vez en cuando los ecos del paisaje nocturno, acompañados por los acordes del chaparrón, me distraían, y hasta me asustaban.
No sé cuánto tiempo estuve en esa situación, estaba exhausto, y la noche era cada vez más negra, mas insondable, más cruel para conmigo.
La lluvia tampoco cesaba, así que decidí buscar refugio bajo un árbol de ramaje frondoso, froté mis manos varias veces, y  sacudí el agua que se deslizaba por mi cara, me puse en cuclillas y suspiré hondamente.
El cansancio estaba a punto de derribarme contra el viejo tronco, y de pronto, un alarido espantoso quebrantó la poca tranquilidad que había en mi espíritu; se produjo a lo lejos, su eco retumbó por varios segundos invadiendo la inmensidad, luego del extraño suceso, la mudez  se apoderó del bosque, el miedo que sentía era tan inconcebible, que por un momento olvidé el peso de la lluvia en mis harapos.
Importándome poco si me golpeaba o me magullaba, empecé a correr como un loco, brincando, agachándome, haciendo lo que mis piernas me permitieran; sentí desfallecer, y tuve que parar y descansar de nuevo, a pesar del temor de quedarme quieto, a pesar  de la  angustia y de la feroz tormenta, a pesar, de las cuestiones que habitaban en mi mente, y me obligaban a sentirme condenado.
¡La mañana tenía que llegar, cuando la luz asomara, la tortura se convertiría en la más dulce miel!
Me acurruqué bajo  una saliente, buscando el poco calor que quedaba en mi cuerpo. Calculaba que eran ya las tres de la madrugada, la lluvia había  irritado mis ojos y pensaba que mis labios tenían el aspecto de los de un cadáver, el dolor en la herida no menguaba, mis tripas pedían una pieza de pan a gritos, había agotado gran parte de la energía que me acompañaba, además, sabía que el frío tarde que temprano terminaría por someterme. Esperaba tener un poco de suerte y sobrevivir al cadalso.

Me disponía a continuar la  marcha y, ¡de nuevo lo inesperado! Las ramas crujieron tras de mí, ¡alguien las había pisado! Volteé rápidamente, aun armado con el firme pedazo de tronco, pero no pude ver nada; mi corazón era un preso ansiando la  libertad, empecé a respirar igual que como si fuese una locomotora, podía sentir que en la distancia alguien o algo me estaba observando.
Retrocedí, hallándome sorprendido otra vez, ahora desde lo profundo de los matorrales; obligué mis piernas a moverse, no hubo respuesta, pero a pesar de ello, logré arrinconarme contra un cumulo de ramas.
Miraba de lado a lado buscando una respuesta, en medio de la tormenta, en medio de la irrumpida soledad, nada visible, hasta que, ¡mala suerte! un movimiento  ligero me sorprendió desde las copas altas del árbol, levanté la cabeza y una gota me adornó la frente, una gota viva que me quemó la piel.
No solo fue una, después vino una seguidilla de ellas, toqué mi rostro con las entumecidas manos, y descubrí lo horrible de  mi sorpresa: distintas a las largas gotas frescas que lograban penetrar las enramadas, están eran  tibias y espesas, ¡era sangre lo que mis manos habían encontrado!, antes de que pudiera reaccionar, de lo alto, cayó pesadamente un cuerpo que al instante reconocí como el de uno de mis caballos, cruelmente desmembrado.
El desespero avivó mi espíritu y le dio fuego a mi cuerpo, corrí como nunca lo había hecho, sin parar, no había nada que pudiera detenerme. No me atrevía a mirar atrás, igual que Lot, obedecí a mi conciencia, no quería más sorpresas, era suficiente por esa noche.
Llegué a un sendero alto, y aunque no puedo decir que era un lugar iluminado, por lo menos me hacía olvidar un poco de esa noche oscura que quería atraparme anteriormente; la luz que producían los majestuosos rayos, encandilaba mis ojos, ahora me encontraba en una  zona menos poblada por los árboles, con caminos más definidos, eso me dio algo de consuelo, pude suspirar, aún conservaba la esperanza de salir con vida.
A pesar de los esfuerzos de caminar con prisa, tuve que descansar constantemente debido a la fatiga que se acumulaba en mi pecho, el dolor en la herida de mi pierna se hacía intolerable, y sangraba de nuevo, más de una vez quise rendirme.
Pensaba en el carruaje, me preguntaba si quedándome dentro de él hubiese corrido con mejor suerte, en lo absurdo de mi cansancio, llegué a querer devolverme en su búsqueda, pero sabía que estaba muy lejos, y que algo o alguien iba tras de mí,  yo había invadido  su territorio, me horrorizaba pensarlo, así que me levanté y emprendí la huida.
Por fin la lluvia se detuvo, y el silencio tenebroso del fúnebre boscaje se irrumpió con el canto de algunas aves; aunque no había amanecido, los búhos  y las ranas me hicieron compañía con sus afinadas melodías. El terreno por el que marchaba se dividió en dos caminos largos colmados de hojarasca. Mientras pensaba  cuál de ellos seguir, mientras decidía que  hacer,  fui arrojado al suelo por un golpe fortísimo, ¡habían golpeado mi espalda con una fuerza prodigiosa!, no logré reaccionar de inmediato, mis músculos estaban destrozados.
Pude darme vuelta, y frente a mí, observándome cual si fuere un canapé, una criatura horrible que me hizo helar la medula, se movía lenta y calculadamente.
¡Cuán espantoso era! Pude ver su rostro claramente, muy similar al de un murciélago, pero notoriamente se distinguían en él facciones humanas, los ojos hundidos, grandes, saltones, oscuros como el ónix, la nariz, que era su rasgo más humano, estaba aplastada en la punta, y dentro de sus fosas, vivan largas hebras de pelo, y su boca, ¡su temible boca! provista de una amarillenta dentadura, de afilados colmillos y una lengua casi purpurea, producía un insoportable olor a carroña. Caminaba erguido en dos patas, y en algunas  partes de su cuerpo se acentuaba un pelaje grueso y reseco, en el resto de su figura, la piel se tornaba de un  rosa pálido, rajada y sucia; Noté que era dueño de unas  manos enormes con largas  uñas, alto, calculo que de unos dos metros. Tal era mi pavor de estar frente a él, que logré detallarlo en demasía, fue él quien  me siguió  durante toda la noche, y ahora se mostraba ante mi desdicha. Por fin me sentí resignado.
No sentía mis extremidades inferiores, la herida sangraba a cantaros y palpitaba a intervalos irregulares; la criatura se acercó y me tomó del cuello, haciéndome sentir su respiración tibia y acelerada, pasó su larga y áspera lengua por mi cara,  me miró fijamente, riendo como un verdugo que va a disfrutar de la ejecución, e inmediatamente, me hizo sentir su poder, vociferando de una manera que casi me ahoga. Con ferocidad me arrojó al suelo, tan airado y con tal potencia, que sentí como mi brazo derecho se quebraba en varios pedazos.
No pude evitar quejarme, lamentarme por el dolor que no cesaba de martirizarme,  con la fuerza que me quedaba, traté de arrastrarme, pero el monstruo me propinó otro manotazo que me dejó sin aire; se arrojó ferozmente y me mordió el cuello, ¡quería devorarme y yo no podía hacer nada!, mi cuerpo navegaba en los límites de la rendición, era imposible igualar su fuerza, y menos en las condiciones en que me encontraba, esperaba lo peor, solo podía ver aterrorizado, como sus colmillos agudos se saciaban con mi sangre.
Estaba a segundos de desfallecer, la vida se me iba de las manos sin que yo pudiera batallar, y de pronto, la colérica bestia me soltó con furor,  levantó la cabeza y miró hacia el firmamento, ¡La penumbra ya no era, la luz del día había llegado!, el monstruo se sintió incómodo y con un grito saltó hacia a un lado. Su rostro lentamente iba tomando un aspecto puramente humano, los colmillos adquirieron una forma natural, a los ojos volvieron las luces de quien está vivo, me miró irascible,  se tomó la cabeza como desesperado, se echó a correr buscando la sombra de los árboles y desapareció de mi vista a una velocidad impresionante, dejándome moribundo.


Aun me parecía inconcebible la experiencia, creí ser víctima de una absurda pesadilla,  pero las heridas que laceraban mi cuerpo, me mantenían sobrio y consciente. Con la luz del día a mi favor, y haciendo un último esfuerzo, logré ponerme de pie, me apoyé en una rama sólida y larga, y me puse a caminar de nuevo.

Pasó un buen rato desde la amanecida, hasta que luego de batallar contra las adversidades físicas, por fin encontré un río cristalino y seductor, donde pude limpiar mis heridas y saciar las necesidades de mi garganta. Debía buscar ayuda pronto; mi cuerpo temblaba con cada movimiento, al dolor de la herida en la pierna, se sumaba el de mi brazo arruinado, y que decir del malestar incontenible que se concentraba en el cuello.
El río resultó ser más corto de lo que pensaba, me condujo a un poblado pequeño que se mostraba vivo con la algarabía de los campesinos; pedí ayuda a los labradores que trabajaban la tierra y antes de decaer, logré que dos de los  hombres que recogían la cosecha  atendieran mi llamado con urgencia. No recuerdo nada más después de aquél episodio.
No sé con certeza cuánto tiempo pasó antes de volver a ponerme de pie, pero las magulladuras habían desaparecido y parecía que las heridas estaban sanando rápidamente, a excepción de la mordida en el cuello, que seguía impresa en mi piel, y no lograba cicatrizar. Una de las mujeres que cuido de mí, me  hizo saber que estuve a punto de morir a consecuencia de la alta temperatura corporal, también me dijo que los cazadores recorrieron la zona para hallar información acerca de mi identidad y que habían encontrado el carruaje destrozado, las pertenencias intactas y los cadáveres destripados de dos caballos.
Cuando les relaté mi aventura y las mil angustias que viví aquella noche, los presentes se compadecieron, pero cuando traje a mención la aparición de la bestia, un gesto de terror y preocupación se dibujó en sus rostros, se persignaron repetidas veces y me aconsejaron visitar al párroco de la región lo antes posible. Lo que ocurrió después de visitar al santo hombre, hace parte de otra historia.

Jamás olvidaré aquella noche, vivirá enmarcada en mi conciencia, palpitante como un corazón desenfrenado, y a quienes con su credulidad me paguen, de manera honesta les diré  que fue mi mayor aventura; tampoco olvidaré a los hombres que me ayudaron, ni a la luz del día que  apareció para salvarme cual si fuese mi ángel, jamás podré olvidar nada de lo que viví, ni al monstruo, ni a la tormenta.


  
El carruaje se averió en plena carretera, una de las ruedas se destrozó, no encontré forma de reparar el eje, para colmo de mal, el cielo herido escupía un diluvio que parecía no querer detenerse; el par de caballos que me acompañaban, se desengancharon del  armatoste como empujados por un demonio, huyeron descontrolados hacia la inmensa oscuridad, relinchando  de espanto a causa del  efecto producido por los estruendos cósmicos; la caja quedó casi en ruinas, la fuerza de las bestias provocó que se volcara, dejando al descubierto una de las  puertas laterales que se zafó de sus charnelas. Quise poner en su lugar la puerta y el revestimiento, pero viéndome amenazado por la ferocidad del agua que brotaba de la cúpula impasible, y adolorido por los golpes sufridos en el infortunado, solo pude, valiéndome de un gran esfuerzo físico, levantar la carroza y adentrarme en lo que quedaba de ella. ¡Qué decir del lugar donde entonces me sitiaba! , una ruta dibujada en medio de la nada, un paraje hostil y yermo, anegado de oscuridad y desolación;  para hacer peor mi estadía, en el aire, un frío indecible flotaba y luego penetraba en  la carreta, buscando  concentrarse en mis huesos. 
La ansiedad se apoderó de mi cuando me percaté  de un chorro de sangre que  emanaba de una de mis piernas, había una tremenda abertura en la parte trasera de la pantorrilla, la herida era tan profunda, que siguió sangrando aún después de colocar una de las  mangas de mi abrigo como vendaje, el dolor empezaba a palpitar en mi carne, y la preocupación ahora era mayor. ¿Qué decisión debía tomar?, ¿permanecer enclaustrado e implorando al Dios de las alturas  toda  la noche para que la tormenta cesara, y la herida en mi pierna me diera tregua?, o ¿aventurarme a salir dispuesto a empaparme, o a ser merendado por los lobos, pero con el convencimiento de hallar un resguardo mejor que las rígidas sillas del menoscabado coche y donde pudiera tratar la herida? Quedarme  o salir me generaban el mismo lance.
Me abrigué lo mejor que pude, y salí del coche a merced de una noche oscura; afligido por  los sombríos pasos del ruidoso viento, e incómodo por la pesadez de la lluvia, puse el abrigo sobre mi cabeza  y principié una carrera en línea recta sin saber a dónde me conduciría.
Mi paso era extendido y en poco tiempo perdí la carreta de vista, las corrientes de viento eran un obstáculo para avanzar con prisa, además, tenía la carne helada, mis pobres articulaciones débilmente respondían a los impulsos que ordenaba la conciencia, la mitad de mi cuerpo estaba aporreado y entumecido, y aunque la herida dejaba de sangrar, el dolor florecía con más intensidad.
El camino, que sea hacia muy pedregoso me mostraba en  su hostilidad una división de trochas estrechas y enfangadas  que conducían a un bosque espeso que no había divisado cuando estaba adentro del carruaje.
Corrí el riesgo de encaminarme hacia uno de esos senderos, pero no puedo dejar de advertir la clase de horror sobrenatural  que producían en mi ser las formas del paisaje; pensaba en la posibilidad de perderme, pero era consciente de que no  podía regresar en busca de la carretera, y muchísimo menos quedarme parado  a disposición de la tormenta y acogido por el espanto que se ocultaba tras la indefinible silueta de los árboles.
Había caminado ya cerca de una hora, la turbación me hacía sacudir; en más de una ocasión quise detener la marcha para ir de nuevo en busca del coche, pero descarté tal empuje, cuando por fin reconocí  en mi aislamiento lo perdido que estaba.
Me encontraba en un boscaje de cipreses largos y frondosos que abundaban en todas las direcciones. Los matorrales, más empapados que mis ropas, y dejando ver unas oscuras florecitas que colgaban y  se mecían como columpios en una tarde de verano, eran dueños de cada rincón,  todo era rodeado por ellos. A medio ver, entre las capas de niebla, un pequeño río que se había formado por la lluvia, bañaba con sus aguas turbias mis botas; podía ver  también en semejante extensión, decenas de  cruces  marcados suavemente, tal vez por la marcha del viento o desgastados  por el tiempo, caminitos que conducían a breñas colmadas de florecillas, refugio de ardillas y zarigüeyas, lodazales espesos que emanaban tufos pestilentes. El lugar, y la situación en la que me encontraba, me definían perfectamente lo que significa estar solo y asustado ¡Que podía hacer! El tiempo corría lento y sabía que antes de la asomada del  alba, el frío podía despojarme del  hálito vital, estaba débil, el dolor me carcomía, estaba al borde del delirio.
Seguí caminando entre charcales y cogollos desfigurados, atento a la aparición de cualquier criatura famélica que ya me tuviera entre ojos,  así que  airado por un toque de sobriedad y valentía ,me armé con un madero macizo y suficientemente largo, que estaba dispuesto a utilizar para defender mi integridad;  el camino era bastante espinoso, muchas veces tuve que detenerme para saltar o para arrojarme desde algún montículo de tierra alta, o para esquivar la maraña, o las ramas que salían de los troncos como brazos de la noche dispuestos a despedazarme. De vez en cuando los ecos del paisaje nocturno, acompañados por los acordes del chaparrón, me distraían, y hasta me asustaban.
No sé cuánto tiempo estuve en esa situación, estaba exhausto, y la noche era cada vez más negra, mas insondable, más cruel para conmigo.
La lluvia tampoco cesaba, así que decidí buscar refugio bajo un árbol de ramaje frondoso, froté mis manos varias veces, y  sacudí el agua que se deslizaba por mi cara, me puse en cuclillas y suspiré hondamente.
El cansancio estaba a punto de derribarme contra el viejo tronco, y de pronto, un alarido espantoso quebrantó la poca tranquilidad que había en mi espíritu; se produjo a lo lejos, su eco retumbó por varios segundos invadiendo la inmensidad, luego del extraño suceso, la mudez  se apoderó del bosque, el miedo que sentía era tan inconcebible, que por un momento olvidé el peso de la lluvia en mis harapos.
Importándome poco si me golpeaba o me magullaba, empecé a correr como un loco, brincando, agachándome, haciendo lo que mis piernas me permitieran; sentí desfallecer, y tuve que parar y descansar de nuevo, a pesar del temor de quedarme quieto, a pesar  de la  angustia y de la feroz tormenta, a pesar, de las cuestiones que habitaban en mi mente, y me obligaban a sentirme condenado.
¡La mañana tenía que llegar, cuando la luz asomara, la tortura se convertiría en la más dulce miel!
Me acurruqué bajo  una saliente, buscando el poco calor que quedaba en mi cuerpo. Calculaba que eran ya las tres de la madrugada, la lluvia había  irritado mis ojos y pensaba que mis labios tenían el aspecto de los de un cadáver, el dolor en la herida no menguaba, mis tripas pedían una pieza de pan a gritos, había agotado gran parte de la energía que me acompañaba, además, sabía que el frío tarde que temprano terminaría por someterme. Esperaba tener un poco de suerte y sobrevivir al cadalso.

Me disponía a continuar la  marcha y, ¡de nuevo lo inesperado! Las ramas crujieron tras de mí, ¡alguien las había pisado! Volteé rápidamente, aun armado con el firme pedazo de tronco, pero no pude ver nada; mi corazón era un preso ansiando la  libertad, empecé a respirar igual que como si fuese una locomotora, podía sentir que en la distancia alguien o algo me estaba observando.
Retrocedí, hallándome sorprendido otra vez, ahora desde lo profundo de los matorrales; obligué mis piernas a moverse, no hubo respuesta, pero a pesar de ello, logré arrinconarme contra un cumulo de ramas.
Miraba de lado a lado buscando una respuesta, en medio de la tormenta, en medio de la irrumpida soledad, nada visible, hasta que, ¡mala suerte! un movimiento  ligero me sorprendió desde las copas altas del árbol, levanté la cabeza y una gota me adornó la frente, una gota viva que me quemó la piel.
No solo fue una, después vino una seguidilla de ellas, toqué mi rostro con las entumecidas manos, y descubrí lo horrible de  mi sorpresa: distintas a las largas gotas frescas que lograban penetrar las enramadas, están eran  tibias y espesas, ¡era sangre lo que mis manos habían encontrado!, antes de que pudiera reaccionar, de lo alto, cayó pesadamente un cuerpo que al instante reconocí como el de uno de mis caballos, cruelmente desmembrado.
El desespero avivó mi espíritu y le dio fuego a mi cuerpo, corrí como nunca lo había hecho, sin parar, no había nada que pudiera detenerme. No me atrevía a mirar atrás, igual que Lot, obedecí a mi conciencia, no quería más sorpresas, era suficiente por esa noche.
Llegué a un sendero alto, y aunque no puedo decir que era un lugar iluminado, por lo menos me hacía olvidar un poco de esa noche oscura que quería atraparme anteriormente; la luz que producían los majestuosos rayos, encandilaba mis ojos, ahora me encontraba en una  zona menos poblada por los árboles, con caminos más definidos, eso me dio algo de consuelo, pude suspirar, aún conservaba la esperanza de salir con vida.
A pesar de los esfuerzos de caminar con prisa, tuve que descansar constantemente debido a la fatiga que se acumulaba en mi pecho, el dolor en la herida de mi pierna se hacía intolerable, y sangraba de nuevo, más de una vez quise rendirme.
Pensaba en el carruaje, me preguntaba si quedándome dentro de él hubiese corrido con mejor suerte, en lo absurdo de mi cansancio, llegué a querer devolverme en su búsqueda, pero sabía que estaba muy lejos, y que algo o alguien iba tras de mí,  yo había invadido  su territorio, me horrorizaba pensarlo, así que me levanté y emprendí la huida.
Por fin la lluvia se detuvo, y el silencio tenebroso del fúnebre boscaje se irrumpió con el canto de algunas aves; aunque no había amanecido, los búhos  y las ranas me hicieron compañía con sus afinadas melodías. El terreno por el que marchaba se dividió en dos caminos largos colmados de hojarasca. Mientras pensaba  cuál de ellos seguir, mientras decidía que  hacer,  fui arrojado al suelo por un golpe fortísimo, ¡habían golpeado mi espalda con una fuerza prodigiosa!, no logré reaccionar de inmediato, mis músculos estaban destrozados.
Pude darme vuelta, y frente a mí, observándome cual si fuere un canapé, una criatura horrible que me hizo helar la medula, se movía lenta y calculadamente.
¡Cuán espantoso era! Pude ver su rostro claramente, muy similar al de un murciélago, pero notoriamente se distinguían en él facciones humanas, los ojos hundidos, grandes, saltones, oscuros como el ónix, la nariz, que era su rasgo más humano, estaba aplastada en la punta, y dentro de sus fosas, vivan largas hebras de pelo, y su boca, ¡su temible boca! provista de una amarillenta dentadura, de afilados colmillos y una lengua casi purpurea, producía un insoportable olor a carroña. Caminaba erguido en dos patas, y en algunas  partes de su cuerpo se acentuaba un pelaje grueso y reseco, en el resto de su figura, la piel se tornaba de un  rosa pálido, rajada y sucia; Noté que era dueño de unas  manos enormes con largas  uñas, alto, calculo que de unos dos metros. Tal era mi pavor de estar frente a él, que logré detallarlo en demasía, fue él quien  me siguió  durante toda la noche, y ahora se mostraba ante mi desdicha. Por fin me sentí resignado.
No sentía mis extremidades inferiores, la herida sangraba a cantaros y palpitaba a intervalos irregulares; la criatura se acercó y me tomó del cuello, haciéndome sentir su respiración tibia y acelerada, pasó su larga y áspera lengua por mi cara,  me miró fijamente, riendo como un verdugo que va a disfrutar de la ejecución, e inmediatamente, me hizo sentir su poder, vociferando de una manera que casi me ahoga. Con ferocidad me arrojó al suelo, tan airado y con tal potencia, que sentí como mi brazo derecho se quebraba en varios pedazos.
No pude evitar quejarme, lamentarme por el dolor que no cesaba de martirizarme,  con la fuerza que me quedaba, traté de arrastrarme, pero el monstruo me propinó otro manotazo que me dejó sin aire; se arrojó ferozmente y me mordió el cuello, ¡quería devorarme y yo no podía hacer nada!, mi cuerpo navegaba en los límites de la rendición, era imposible igualar su fuerza, y menos en las condiciones en que me encontraba, esperaba lo peor, solo podía ver aterrorizado, como sus colmillos agudos se saciaban con mi sangre.
Estaba a segundos de desfallecer, la vida se me iba de las manos sin que yo pudiera batallar, y de pronto, la colérica bestia me soltó con furor,  levantó la cabeza y miró hacia el firmamento, ¡La penumbra ya no era, la luz del día había llegado!, el monstruo se sintió incómodo y con un grito saltó hacia a un lado. Su rostro lentamente iba tomando un aspecto puramente humano, los colmillos adquirieron una forma natural, a los ojos volvieron las luces de quien está vivo, me miró irascible,  se tomó la cabeza como desesperado, se echó a correr buscando la sombra de los árboles y desapareció de mi vista a una velocidad impresionante, dejándome moribundo.


Aun me parecía inconcebible la experiencia, creí ser víctima de una absurda pesadilla,  pero las heridas que laceraban mi cuerpo, me mantenían sobrio y consciente. Con la luz del día a mi favor, y haciendo un último esfuerzo, logré ponerme de pie, me apoyé en una rama sólida y larga, y me puse a caminar de nuevo.

Pasó un buen rato desde la amanecida, hasta que luego de batallar contra las adversidades físicas, por fin encontré un río cristalino y seductor, donde pude limpiar mis heridas y saciar las necesidades de mi garganta. Debía buscar ayuda pronto; mi cuerpo temblaba con cada movimiento, al dolor de la herida en la pierna, se sumaba el de mi brazo arruinado, y que decir del malestar incontenible que se concentraba en el cuello.
El río resultó ser más corto de lo que pensaba, me condujo a un poblado pequeño que se mostraba vivo con la algarabía de los campesinos; pedí ayuda a los labradores que trabajaban la tierra y antes de decaer, logré que dos de los  hombres que recogían la cosecha  atendieran mi llamado con urgencia. No recuerdo nada más después de aquél episodio.
No sé con certeza cuánto tiempo pasó antes de volver a ponerme de pie, pero las magulladuras habían desaparecido y parecía que las heridas estaban sanando rápidamente, a excepción de la mordida en el cuello, que seguía impresa en mi piel, y no lograba cicatrizar. Una de las mujeres que cuido de mí, me  hizo saber que estuve a punto de morir a consecuencia de la alta temperatura corporal, también me dijo que los cazadores recorrieron la zona para hallar información acerca de mi identidad y que habían encontrado el carruaje destrozado, las pertenencias intactas y los cadáveres destripados de dos caballos.
Cuando les relaté mi aventura y las mil angustias que viví aquella noche, los presentes se compadecieron, pero cuando traje a mención la aparición de la bestia, un gesto de terror y preocupación se dibujó en sus rostros, se persignaron repetidas veces y me aconsejaron visitar al párroco de la región lo antes posible. Lo que ocurrió después de visitar al santo hombre hace parte de otra historia.

¿Cómo olvidar aquella noche?, vivirá enmarcada en mi conciencia, palpitante como un corazón desenfrenado, y a quienes con su credulidad me paguen, de manera honesta les diré  que fue mi mayor aventura; tampoco olvidaré a los hombres que me tendieron la mano, ni a la luz del día que  apareció para salvarme cual si fuese mi ángel, jamás podré olvidar todo lo que viví, ni al monstruo, ni a la tormenta.