El
cazador
Mi nombre es Theodor, soy originario de Tejn, en BornHolm,
una isla estratégicamente situada en el Báltico entre la costa sur de Suecia y
Polonia, muy admirada por los turistas que la visitan en verano para disfrutar
el excelso paisaje y el agradable clima. Nací en un pequeño pueblo que vive de la pesca
y la fabricación de cerámicas, y que es famoso por haber sido hogar de los burgundios y por encontrarse en el las ruinas del Hammershus.
Siendo muy joven salí de allí, y a partir de entonces
he sido un viajero que encontró en el agua su propia patria, pues, las
embarcaciones y el mar han sido mi hogar por
veinticinco años.
Hasta hace unas horas, antes de que ustedes
me encontraran naufragando a merced de la mar tormentosa, desahuciado y confundido, me ocupaba como segundo oficial en
la tripulación del pesquero Lubeck, un
barco de tamaño mediano que navegaba
por las aguas del mar del norte, a cargo del legendario capitán Sorensen, quien dirigía a 25 hombres.
Le temporada de pesca no había sido del todo buena, por lo que nuestra
estancia en mar abierto se prolongó otros treinta días, estos, finalizarían exactamente
la semana que viene. El crudo tiempo torna
las aguas pesadas, y el viento sopla tan fuerte, que es terriblemente osado
lanzar las nasas al mar que se agita como un gran coloso encadenado. Hace quince días perdimos
9 hombres, y la tripulación estaba casi desabastecida.
La tarde-noche del viernes que pasó, nos
encontrábamos recogiendo los canastos y las
redes a muy altas horas de la noche, las masas de agua se batían con
fortaleza a consecuencia de una feroz tormenta que no quería darnos tregua. En
la insondable negrura de un firmamento estrepitoso, parpadeaban los fulgores
imponentes de los rayos que rugían en ecos a través de la inmensidad, el barco
se mecía bruscamente, y la tarea de vaciar los raudales de arenque sobre las canastillas de acero se
hacía muy compleja. El capitán desenfundó su pistola y disparó al cielo,
maldiciendo la tormenta, y a los monstruos que formaban las olas que atacaban su nave, la voz del contramaestre nos
forzaba a no perder la fuerza, tirábamos las cadenas a merced de la cólera
marina, vaciando en la cubierta los peces y todo lo que el agua traía consigo,
mientras un cuarteto de hombres echaba en la bodega los animales que saltaban
sobre las láminas de abeto.
Fue cuando el señor Collins, un americano perteneciente
a la tripulación y que llevaba un garfio
como mano, me llamó con afán:
— ¡oficial! ¡Oficial! Venga, de prisa.
— ¿Qué sucede señor Collins?
—hay algo, ahí— señaló—en una de las redes
que acabo de sacar del agua…algo muy… raro… ¡una criatura! —fue lo que informó
el hombre mientras trataba de dar fuego a un cigarro inútilmente.
— ¿Una criatura?... ¿de qué habla Collins, Smeltzer
y el cocinero la han visto también?—inquirí.
—Sí, señor, ellos sacaron la red conmigo, fue
una de las mallas con más arenques, y cangrejos, además de la criatura, señor.
— ¿Una
criatura?... ¿acaso un Pulpo, acaso un pez extraño? Hay que informar al
capitán, de inmediato, o al menos al contramaestre— sugerí tratando de quitar
las pesadas gotas de mi rostro.
— ¡No
oficial, por favor!, el capitán Sorensen ordenará que la destripemos, a él no
le interesan esta clase de cosas, le conozco como a la palma de mi mano, y sabe
usted lo supersticioso que es. Sé de alguien en tierra que daría unas buenas
monedas por algo así, venga, obsérvela y me dará la razón.
El hombre me llevó hacia la parte trasera de
la cubierta, donde estaban Smeltzer y el cocinero, echando la captura dentro de
las canastillas. Se acercó a ellos y en
tono muy bajo les preguntó:
—Ey, muchachos, nuestro secreto, ¿Dónde está
nuestro secreto?
—Allí, junto a las canastillas, bajo las escarcelas—
respondió uno de ellos.
El Señor Collins levantó el plástico que protegía
una figura mal oliente y prosiguió:
— ¿Había visto Ud. algo así, oficial? En los
años que llevo navegando los mares vi
algo tan horrendo como extraño.
— ¿Pero… qué demonios es esto? —
desconcertado pregunté, poniéndome en cuclillas para examinar la criatura.
Los hombres de mar pocas veces tiemblan,
pocas veces se estremecen, pero al ver aquello, mi cuerpo se sacudió, y debo
confesar, que tuve miedo, miedo a lo que había
frente a mis ojos.
El cocinero se persignó y sugirió arrojarla
de nuevo al mar, pero el señor Collins se opuso rotundamente, alegando no
querer perder la oportunidad de ganar
una buena recompensa por ella.
—Pero
señor Collins, ¿acaso no se da cuenta que es un demonio?—alegó el cocinero
ahora con cierto enfado— ésta aberración no fue creada por Dios, el mal vive en su figura, deje su terquedad buen
hombre, y llevémosla de vuelta al mar, si no, por lo menos déjeme trozarla con
mis cuchillos.
Mi sentido común indicaba que lo más razonable
era informar al capitán la aparición de la misteriosa criatura en una de las
redes, así, que desobedeciendo las sugerencias del señor Collins, y muy a pesar
suyo, hice que el Capitán Sorensen
bajara a donde estábamos.
**
En cuestión de minutos toda la tripulación se
abultaba en torno de la criatura, el capitán daba vueltas pipa en mano y ceño
fruncido, observándole detalladamente.
— ¡He aquí un engendró de la
Tormenta!—interrumpió—solo una vez en mi existencia vi algo similar. Un molusco…
deforme cual esperpento, ¡enorme!, de
unos tres metros, en el atlántico, hace
ya eones, parece ser. Conservo su corazón como trofeo… embistió el pequeño
barco en que navegábamos, fue una cruda batalla, milagrosamente ganamos ese
día, pero esto, ¡esto es espantoso!
Solo el viento golpeando en las velas
interrumpió el relato del capitán en cubierta, lo que vino después, fue
silencio, un íntimo silencio.
¿Cómo era aquello? La morfología de su cabeza era casi humana,
con dos pequeños orificios a la altura de las sienes, envueltos en un líquido viscoso, una cresta diminuta y muy
áspera se cruzaba en la mitad del
cráneo, los ojos no eran más que unas pompas
blancuzcas y desorbitadas que parecían
sobresalir de entre las cuencas, y los labios, una maraña de largos y delgados
tentáculos verdosos y putrefactos que parecían tener vida propia. Encogido en
sus propios brazos— unos pesados, largos y nervudos tentáculos— parecía estar agazapado,
encogido, contraído…como si en su interior escondiese un valioso tesoro…
¿Vivía?... ¿estaba muerto?... En sus ojos se dibujaba la muerte misma, pero
habían débiles muestras de movimiento en los palpos de la boca, por lo demás,
absoluta rigidez en sus formas. Ya les he dicho que estaba aterrado, en la
tripulación pocos se mostraron recios ante el irregular encuentro, y al fin,
mientras del cielo pesadas gotas empezaban a caer, uno de los hombres preguntó
al capitán:
— ¿Qué piensa hacer con ése monstruo, señor?
A lo
que éste respondió:
— ¡Llévenlo a la bodega!, saquen su corazón y
deposítenlo en una bombona, lo voy a conservar como botín, hará juego en mi
vitrina. Ah, y traten de no arruinar el resto del animal, en tierra firme lo
mostraremos como corona.
Casi de inmediato el señor Collins y dos de
los suyos se dispusieron a mover la criatura, y el capitán, con voz de mando,
ordenó volver a labores.
***
Una feroz tormenta se desató en altamar, el
señor Collins ya estaba dentro de la bodega afilando su daga, mientras sus dos
hombres apilaban la pesca. En cubierta, nosotros nos las veíamos para mantener
el curso, los tripulantes iban y venían
a traspiés haciendo caso a los gritos del capitán, pues uno de
los botes auxiliares se había zafado de las sogas, y era necesario no perderlo,
pues días antes, dos habían caído a las aguas sin que pudiésemos hacer nada.
El barco se mecía bruscamente al va y ven de
las olas, el cielo escupía con furia sus envenenadas gotas, y haciendo conjunto
con un feroz trueno que estalló en el horizonte, unos desgarradores alaridos
nos sorprendieron desde la bodega.
Asustados, soltamos los lazos, dejando el
robusto bote colgando de una sola cuerda. El capitán bajó a cubierta a paso
acelerado, casi trastabillando y preparando su arma para el ataque. Los que
estábamos en cubierta nos quedamos inmóviles y horrorizados, solo el capitán se
acercó a la entrada de la bodega, donde parecía que se estuviera librando una
terrible matanza.
Era difícil mantenerse en pie, yo me deslicé
hacia babor sosteniéndome de las cuerdas, intentando aproximarme a la bodega, y
de pronto, un brazo ensangrentado cayó a
los pies del capitán Sorensen. Sin duda era uno de los brazos del señor
Collins, que aun agarraba macabramente la daga del diamante incrustado.
Los movimientos cesaron dentro del almacén,
durante unos eternos minutos estuvimos a la espera de las órdenes del capitán que permanecía exánime
observando el siniestro. Recogió la teñida
extremidad, quitó la daga de la rígida mano y la lanzó a la nada, a la
vez que nos ordenó entrar a la bodega
para descubrir lo que había ocurrido.
Uno de los hombres se negó a seguir las
órdenes, asegurando que prefería caminar por la borda antes que entrar allí,
desafiando la ira del capitán, que sin pensarlo dos veces, le disparó en el
pecho.
Todo era confusión en cubierta, el cielo rechinaba, y la tétrica
tranquilidad que ahora invadía la bodega, solo era pasmada por los desapacibles
movimientos de los rompientes. Finalmente, dos hombres fueron obligados a
entrar; al ver que llegaban al fondo de la bodega sin percances, los demás les
seguimos el paso, adentrándonos en la estancia.
Parecía un mercado saqueado el lugar, todo
era caos y desconcierto. Los peces
estaban desparramados por cada rincón, pero además de ello, las partes
desmembradas del señor Collins decoraban lúgubremente la mal iluminada bodega.
La cabeza del pobre hombre había sido perforada por su propio garfio, y al
recorrer más los alrededores, vimos reducidos a pedazos los cuerpos de los
otros dos tripulantes.
Para sorpresa nuestra, la criatura no estaba
allí. El barco se batía endiabladamente,
el cielo seguía acusando con su violencia,
pero no había rastro de ella.
Revisamos minuciosamente toda la bodega, pero en vano fue nuestro
esfuerzo ¿A dónde había ido?
Un horror colectivo se apoderó de la
tripulación, que no sabía cómo afrontar una situación de tal calibre. Muchos
fueron a esconderse en sus camarotes, algunos a la cocina, o a los barriles que
estaban amontonados en proa, yo por mi parte me quedé dentro de la bodega con
el capitán, quien permanecía estupefacto
frente a las ruinas de su despensa, aun con el arma cargada en mano.
****
Dimos cortos
pasos, ojeando en cada rincón, ansiosos, el capitán adelante, y yo unos
metros atrás. La calma regresó a las aguas, la nave estabilizó su curso, y a
las órdenes del capitán, toda la tripulación se reunió en el cuarto de
máquinas.
El discurso fue corto y conciso, el capitán
creía que la horrenda criatura había abandonado el barco después de acabar con
la vida de los tres infortunados, y que sabiendo que le esperábamos para darle
muerte, no regresaría a cubierta, así que, convencidos, todos volvimos a
labores, eso sí, con el miedo latente e intacto por lo que había acaecido.
Serían las 3 de la mañana cuando unos
disparos, precedidos de un angustioso alarido, me despertaron. Nadie salió de
su camarote, solamente había dos hombres de guardia en cubierta, quienes casi a
media voz me informaron que las descargas venían del cuarto del capitán.
Me apresuré a subir, y al abrir la puerta
encontré al capitán moribundo y nadando en un charco de sangre. Sus dos piernas
habían sido mutiladas y aun en su mano derecha sostenía con firmeza la pistola.
— ¡Dadme un poco de wiski antes de morir! —gritó
al verme parado bajo el marco.
No pregunté que había sucedido, pues imaginé
que todo tenía que ver con la criatura que suponíamos lejos de nuestro barco,
perdida entre las aguas.
— ¡Le he vencido, le he vencido! ¡Allá, junto
a la litera, le he logrado disparar… si llego a morir, di que ese hijo del
diablo no pudo con este viejo zorro de mar!
Y prosiguió:
—Siempre pensé que lucifer vivía en el
infierno y no en la profundidad de los océanos, es el mismísimo demonio… con
tentáculos, ¡y yo le he vencido, yo le he vencido…!
Muy asustado me dirigí a la cama del capitán
mientras este seguía gritando lo que parecía ser su mayor hazaña, y tal como
aseguró, allí estaba aquel adefesio, empapado en su propia viscosidad,
impactado por tres balas.
— ¡No está muerto! — grité al ver como sus
tentáculos se liberaban y arrojaban al entablado una especie de demonio humano.
*****
Mi corazón se quiso salir del cuerpo, los
nervios se me pusieron de punta, mis incrédulos ojos veían una figura de características humanas, cuyo
rostro solo se componía por una alargada boca. No tenía sexo, y a la altura de
la caja torácica, había un enorme ojo, un ojo negro e intimidante, que
parpadeaba, que brillaba lúgubremente.
Se puso de píe lentamente y con bastante
dificultad, ahí me di cuenta que sus brazos eran mucho más largos que las
extremidades inferiores, y que sus manos estaban formadas por decenas de
pequeños y afilados tentáculos.
Me alejé de prisa, queriendo arrastrar al
capitán conmigo. Cuando regresé la mirada, el demonio aquel, trepaba las
paredes y se disponía a arrojarse contra nosotros, fue cuando el ensangrentado
viejo detonó un cartucho más, el barco se balanceó con tanta fuerza que salí
disparado fuera de la habitación, logré levantarme, y corrí hacía los
camarotes, mientras a mis espaldas una voz cavernosa e infernal anunciaba:
“Yo soy el cazador”
A pesar de mis suplicas, los hombres que
estaban encerrados se negaron a dejarme entrar, así que tuve que ocultarme en
la bodega, valiéndome de un gran esfuerzo bajo un montón de arenques. La
angustia me estaba devorando el alma, permanecí inmóvil con la mirada fija
hacia la entrada del recinto, que me permitía enterarme de lo que ocurría en
cubierta, a pesar de la oscuridad que nos abrigaba esa noche.
Nada sucedía,
el barco iba y venía calamitosamente, casi al punto de volcarse por completo. Desde mi escondite, iluminado
por los resplandores eléctricos, pude ver un cuerpo que se arrastraba y gritaba
pidiendo auxilio, trapeando con la sangre de sus heridas los entarimados, y
tras de él, el cazador, a paso muy corto, que le alcanzó y sin ningún afán se dio a la tarea de devorarlo con sus
aserrados dientes. Ese fue el final del capitán Sorensen.
Y vino de nuevo el silencio, habría pasado
una hora desde que yo estaba en la bodega, mis huesos trepidaban, era
consciente de que debía escapar, así que me fui deslizando con sigilo hasta
llegar a la entrada.
Tuve que esperar otros eternos minutos, unos
terribles golpes curtían las puertas de los camarotes, los chillidos y los
alaridos de los tripulantes eran espeluznantes. Sonaron varios disparos,
algunos hombres se arrojaron al agua, los pobres miserables estaban dando la
pelea, y aunque parezca mezquino, vi en tal alboroto mi oportunidad de escapar
y salir con vida.
Pedí en mis oraciones que el bote aun
estuviera sujeto a la cuerda, esa era mi única alternativa, corrí con tanta
prisa que en un segundo estaba soltando la soga que para mí fortuna aún sostenía
el aparejo, me arrojé al agua y con todas mis fuerzas comencé a remar sin
rumbo.
Cuando estaba ya a unos metros del Lubeck,
escuché los últimos baladros de espanto suplicando clemencia, y segundos
después, vi al cazador trepar por la cubierta, deteniéndose para mirarme fijamente con su enorme ojo.
Estuve remando toda la mañana, hasta que
perdí el conocimiento, y ahora gracias a vuestra bondad y a que vuestro barco
me ha rescatado del infinito azul, estoy a salvo.
La tormenta no nos dará tregua, hay que
reponer fuerzas para lograr anclar en tierra. Agradezco la generosa ración de
comida que me habéis brindado, ahora quisiera beber un trago y luego irme a
descan…
¿Oyeron eso? …¿Qué es tanto alboroto?... ¿De
dónde provienen esos gritos?, me asomaré…vienen de la cubierta trasera… ¿acaso?...
¡Santo
cielo es él…el cazador…ha regresado! ¡Que el mar se apiade de mi pobre alma!